Iniciando el tiempo pentecostal, nos viene bien reflexionar sobre la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro modo de relación con todos y todo, ya que la convivencia amorosa y complementaria con otros en la diversidad actual se ha vuelto un desafío cada vez más difícil de concretar. Si nos observarnos como humanidad, sociedad e Iglesia, quizás estamos mucho más cerca de una Torre de Babel, inundada de luchas de poder, incomunicación, conflictos, desconfianza, individualismo y guerras, que de un Cenáculo donde todos hablamos la misma lengua del amor, el respeto y la comunión.
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Donde hay humano, su “humanea”. Ciertamente, en todos hay una tendencia a la seguridad y supervivencia personal y de los nuestros, que nos lleva a poner en primer lugar nuestros intereses y puntos de vista. Y, si la adversidad aumenta, suelen surgir la ambición, la agresividad y la división.
Ignorar otras miradas
“Humanearse” es cerrarnos a nuestro punto de vista como “verdad absoluta”, negarnos a considerar las miradas de otros y generar conflictos a partir de mal entendidos, incomprensiones y franca tontera y obstinación. Lamentablemente, esta tendencia se está volviendo pandemia y cada cual se atrinchera, restándonos de la sabiduría y riqueza que solo se encuentra en comunidad.
Como seres humanos, los católicos no somos indemnes a la tentación reciente descrita. Sin embargo, hoy debiésemos invocar con más fuerza que nunca al Espíritu Santo, para que revierta el estado actual de nuestra Iglesia. Dentro de las autoridades del clero, vemos con profundo dolor cómo se dividen entre conservadores y progresistas, entre los que apoyan al papa Francisco y los que lo critican.
División y desconfianza
En las comunidades observamos cómo se disputan los espacios de poder es influencia entre los distintos movimientos y congregaciones religiosas. Dentro de ellas mismas, vemos cómo los intereses de un grupo priman por sobre otros y, así, hasta en las familias se respira una división y desconfianza que nos aleja del amor que Jesús nos enseñó.
Frente a este triste panorama, no es de extrañar que la gente se aleje de la iglesia, que los demás desconfíen de nuestra fe, que Cristo y su evangelio se desvanezcan por nuestra incoherencia y que la humanidad se siga deshumanizando y la persona aislándose. Algunos optan por desvincularse de la Iglesia; otros, por aumentar sus cuotas de poder y extremar sus posturas. También están los que se suman al mal con su pasividad e indiferencia. Y al fin nos encontramos con la inmensa mayoría, que vive sin conocer ni experimentar la buena noticia del Reino de Dios.
La diversidad se teme
Temerosos, nos encerramos, defendemos o agredimos a quienes piensan, sienten y actúan diferente. Como dice él filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, la diversidad se teme y, por lo mismo, está desapareciendo.
- Ven, Espíritu Santo, para darnos el tiempo de escuchar activamente la postura y las razones que mueven a otros a actuar.
- Ven, Espíritu Santo, para hacer el esfuerzo sobrehumano de dejar fuera las interpretaciones y heridas personales e intentar no suponer ni juzgar basados en sugestiones negativas.
- Ven, Espíritu Santo, para que oremos conscientemente contigo, manteniendo el ego a raya y oír solo la voz del amor para discernir con mayor objetividad y sabiduría.
- Ven, Espíritu Santo, para atravesar los miedos, liberarnos de una visión monofocal y ver cómo podemos sumar en vez de restar.
- Ven, Espíritu Santo, para reflexionar sobre cómo podemos dar mayor gloria a Dios y hacer su voluntad, y así ser capaces de acordar el bien mayor.
- Ven, Espíritu Santo, para que jamás cedamos nuestra dignidad y derecho a expresar lo que somos, sentimos y pensamos con respeto, justicia y caridad.
- Ven, Espíritu Santo, para que podamos administrar la diversidad con más inteligencia emocional y espiritual, y así construir en la verdad y en la libertad una comunidad madura y menos reactiva que la actual.
- Ven, Espíritu Santo, para que amar y servir siempre lideren nuestras decisiones por sobre ganar, competir, rendir, aparentar, asegurar, dominar, acaparar, o cualquier otra acción que implique división en vez de fraternidad. Amén.