Tribuna

Y Jesús le dijo: “¡Niña, levántate!”

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En los Evangelios se habla muy poco de los niños y menos aún de las niñas. Jesús habla de ellos como “la medida” para entrar en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3) o los emplea como metáfora de la acogida o el rechazo a Dios por parte de su pueblo (11,16-17) y la tradición, sobre todo la iconográfica. También los Evangelios expresan el deseo del Maestro de tener a los niños cerca de él (Lucas 18,16). Podemos suponer que, en todos estos casos, nunca tuvo la intención de excluir a las niñas. No hay apenas historias de niños o niñas en los Evangelios.



La única narración que tiene a una niña como protagonista nos la transmite el evangelista Marcos. Es una historia de resurrección (5.21-24.35-43). Quienes estaban familiarizados con el Antiguo Testamento sabían bien que incluso grandes profetas como Elías y Eliseo habían realizado milagros de resurrección, al igual que otros hacedores de milagros que conocemos por la literatura extrabíblica. Sucedían siempre en los hogares. Sin embargo, por el tono general se desprende que el evangelista quiere subrayar que Jesús es mucho más que un profeta y un hacedor de milagros: como en el caso de Lázaro (Juan 11,17-46) y también en el de la hija de Jairo, uno de los líderes de la sinagoga. El relato quiere hacer referencia a la resurrección de los muertos al final de los tiempos, la definitiva, la que no depende de la acción de ningún taumaturgo, sino solo de Dios.

Lo que confiere tensión dramática a la escena es el hecho de que la historia de la resurrección de la niña se entrelaza con la de la curación de la mujer que padecía pérdida de sangre desde hacía doce años, tal vez porque en ambos casos se trata de mujeres, y los cuatro Evangelios cuentan con numerosos episodios con protagonistas femeninas.

Ninas Levantate

Desde la narrativa, el encuentro con la mujer comporta que Jesús tarda en responder a la insistente petición de Jairo, que le ruega que vaya inmediatamente a su casa para imponer las manos sobre la niña moribunda. Una gran multitud obstaculiza el paso de Jesús. El desarrollo de la escena se ralentiza y crece así el patetismo de una historia ahora dominada por el escepticismo: el Maestro se dirige hacia la casa de Jairo cuando ya no hay nada que hacer porque la niña ya ha muerto.

La pretensión de Jesús de reprender a quienes habían acudido corriendo a la casa para llorar por la niña, tiene algo de provocativa porque no tenían fe en que llegara y en el hecho de que, ante el poder de Dios, ¿no es la muerte otra cosa que un sueño pasajero?

Sus palabras pronunciadas con autoridad acompañan el gesto que “despierta” a la niña del sueño de la muerte: “La cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: ‘Contigo hablo, niña, levántate’)”. El pasaje queda sellado por la recomendación de darle algo de comer a la pequeña lo que confirma que no se trataba de una alucinación, sino que la niña había vuelto a la vida. La sobriedad de los Evangelios no nos permite decir más, de hecho, la historia termina con la orden de Jesús de no contarle a nadie nada de lo sucedido.

Semillas de futuro

Sin embargo, el evangelista quiere subrayar la edad de aquella niña –doce años– y este detalle da que pensar. No solo porque la muerte de una niña impresiona más que la de una persona adulta o por el intenso dolor de unos padres que han perdido a una hija. El gesto de Jesús que devuelve la vida a la niña tiene un alcance más amplio. No podemos saber qué representaba aquella niña para su familia o qué expectativas sociales había sobre ella, la hija de un hombre importante como lo era el jefe de una sinagoga. No lo registraron los evangelistas y está bien que así sea para no caer en más especulaciones.

Debe hacernos reflexionar el hecho de que devolver la vida a un niño o una niña, salvarlo de la enfermedad o del hambre, no significa simplemente devolverle al amor de la familia. Porque los niños no son solo sus familias. Pensar en ellos solo en el marco del pequeño círculo de sus seres queridos significa no saber verlos en perspectiva y restarles profundidad vital. Los niños pertenecen al mundo que tienen a su alrededor, y que decidirán tener a su alrededor, y devolverles la vida significa entregarlos al futuro. No sabemos cuáles eran las expectativas de futuro de la hija de Jairo.

La aclaración sobre su edad –doce años–sugiere que, convertida ya en mujer, para su familia ya prácticamente estaba preparada para el matrimonio, con todo lo que ello suponía para la sociedad israelita, como el abandono del hogar paterno y numerosos embarazos. Sin embargo, no es necesario caer en hipótesis fantásticas. Basta recordar que una niña es mucho más que el objeto de los afectos de quienes la trajeron al mundo y es necesario respetar su vida como semilla de futuro, dónde y cómo quiera que sea.


*Artículo original publicado en el número de mayo de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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