Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Vuela bajo… alguna vez


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Pocas cosas me gustan más que un pájaro. Sí, un pájaro. No tanto el mundo de los pájaros, porque de ornitología apenas sé nada. Pero me conmueve ver un pajarillo, de esos pequeñitos, más o menos grises o entremezclados de colores. De esos tan aparentemente frágiles y plácidos que parece imposible que puedan volar. Y cantar. Pero vuelan y cantan.



Suelen ser buen aviso de que llega el buen tiempo, de que la naturaleza se rompe llena de vida y se abre en flores y en verde amapola. Si tienes la suerte de tener un árbol cerca, es difícil que en algún momento no te acompañe en medio del silencio algún que otro trino y, en el mejor de los casos, hasta te despiertan por la mañana cuando ya no hace tanto frío.

Gorriones, urracas, estorninos, herrerillos, jilgueros, petirrojos, carboneros… Si te acercas lo suficiente y miras bien, también habitan las ciudades. Es estupendo escucharlos en plena naturaleza, pero son tan capaces de adaptarse con flexibilidad que sobreviven entre edificios. Nos recuerdan que su hábitat esencial no es el asfalto, pero pueden vivir en él. Y cantar. Habla bien de ellos.

Me gusta escucharlos, aunque no los vea y me gusta verlos, aunque no canten. Con ese caminar como a borbotones o a sorbos saltando por el suelo. Me gusta que se acerquen como si nada, a su aire, cuando tomas algo en una terraza o descansas en un banco al sol. Me gusta cuando buscan refugio en alguna fuente en medio de grandes ciudades, celebrando el agua y la sed y el frescor. Son esos pajarillos que prácticamente caben en tu mano. Que si cae alguna miga van a por ella y si dejas restos de patatas fritas en la mesa, los tomarán con calma. Sin miedo. Sin prisa. Pero si no hay miga ni patata, tampoco se lanzarán a por ti para arrebatártelo. Seguirán buscando por otro lado.

¿Cuál es tu perfil de pájaro?

Las metáforas nos ayudan a conocernos mejor. Entre los compañeros de trabajo o incluso en la propia familia y amigos, podríamos identificar a cada persona con un animal, por ejemplo. O más concretamente con un ave. Reconocemos a nuestro alrededor perfiles más visionarios de halcón o más sabios como el búho o más despreciables como un buitre carroñero. Cada uno cumple su función en el ecosistema, cierto. Quiero pensar que todos tenemos algo de pajarillo dentro. Es verdad que, a veces, conviene exhibir nuestros colores como un pavo real o aprender a permanecer elegantemente serenos como un águila real. Eso es fácil de admirar. Pero ser como un pajarillo de a pie (o a pata), puede que nos pase más desapercibido o menos deseable: más o menos frágiles, aunque a veces parezcamos fuertes; más o menos cantores, aunque a veces el frío no nos deje cantar; más o menos libres. Y, a veces, nos jugamos quién somos al elegir ser solo un pajarillo y volar bajo, como cantaba Facundo Cabral:

“Vuele bajo, porque abajo está la verdad
Esto es algo que los hombres no aprenden jamás”

Picus viridis pájaro

Algo de esto llevamos dentro. Que a veces cuesta más caminar lento y con pequeños pasos que hacer vuelos impecables. Y cada uno elige cómo vivir y volar y disfrutar de migajas ajenas, incluso; y hacerlas nuestras, sin sentirnos menos que nadie, ni necesitar avasallar a nadie para lograrlo. Llegará otra mesa, otras migas, otro alimento y otro sol. Y el pajarillo seguirá volando o caminando a borbotones.

Siendo un buitre leonado saber que puedes volar parece evidente. Siendo un pajarillo de vuelo sencillo, conviene recordárnoslo de vez en cuando. Llevamos un pajarillo dentro. Puede que pequeñito y frágil; puede que no sea muy vistoso; puede que pase desapercibido para muchos. Pero ahí está. Y, aunque no lo parezca, la ciudad no sería lo mismo sin ellos.

Echo de menos el pajarillo cantor y simple de algunas personas que han elegido emprender otros vuelos más vistosos. En lo que de mí depende, ojalá siga cantando en vuelo bajo, que para grandes hazañas siempre hay tiempo. Pero, en lo cotidiano, basta con saber que tenemos la capacidad dentro y que podemos elegir.