El pasado febrero, el Papa nombró al claretiano vasco Aitor Jiménez Echave, de 62 años, subsecretario del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, en un mano a mano con la otra subsecretaria, también española,Carmen Ros, religiosa de Nuestra Señora de la Consolación. Conoce la casa a fondo. No en vano, lleva trabajando allí casi dos décadas.
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PREGUNTA.- ¿Se imaginó aquel chaval de Barakaldo acabar en la Curia?
RESPUESTA.- Los caminos de Dios son inescrutables y, conforme a su pedagogía divina, nos los va mostrando al tiempo que solicita nuestra aceptación y acogida. Es mi experiencia a lo largo de mi vida como religioso-sacerdote claretiano. Dios se ha ido haciendo presente en ella y me ha ido presentado su voluntad, ofreciéndome la libertad de entrar, para proceder a una configuración con Él.
Esta es la belleza y, al mismo tiempo, el reto profético de una vida religiosa que es llamada al servicio de los demás, en este caso de aquellos que han consagrado completamente su vida a Dios. El proyecto de Dios nos sorprende, cambiando la dirección prefijada por cada uno, pero nunca defrauda si lo vivimos en la fe. Así he vivido este nombramiento, en la fe y desde la fe, en una plena donación a los demás, especialmente a los que más lo necesitan.
P.- Se ha llegado a decir de la vida religiosa que está a la deriva. ¿Comparte esta visión?
R.- La vida consagrada no está a la deriva, no está desapareciendo, está en constante cambio, actualización, configuración, con Dios y desde Dios. El pasado desaparece para que nazca lo nuevo que Dios tiene en su corazón. Si observamos la historia de la Iglesia y de la vida consagrada, podremos hablar de una vita consecrata semper reformanda. Es tal la realidad que se ha vivido, que ahora nos toca vivir en plena confianza en Dios, que es quien guía a su Iglesia y a la vida consagrada. Esta es profética, y la profecía se comprende después de que los hechos ocurren, y es cuando comprendemos la dificultad del profeta para vivir el proceso de ser profeta, no siempre comprensible por sus contemporáneos.
Como afirma el papa Francisco, la vida consagrada es parresia y profecía, algo que cuesta entender y que, a veces, se entiende como una deriva, una pérdida de horizonte, de desorientación. Nada más contrario a la realidad. La vida consagrada, fruto de su esencia escatológica, va por delante y nos presenta lo que será, pero todavía no. Algo que puede crear incomprensión, desasosiego entre los fieles y los propios consagrados. Pero Dios guía al profeta y le da la fuerza para saber anunciar con parresia el mensaje de Dios.
Nueva mirada a los problemas
P.- ¿Cómo se hace para no perder la fe ni el norte ante los expedientes recibidos desde 2006?
R.- La fe es un don que hemos recibido y, para no perderla, hemos de hacer constante referencia a Él, origen y meta de nuestra existencia. Si en vez de recurrir a Él, nos quedamos en lo meramente humano, se pierde la fe. Los problemas los creamos nosotros y es normal la tentación de perder la fe al culpar a Dios de lo que nos pasa.
Mi experiencia es que estas realidades que a nuestros ojos pueden aparecer como negativas, son una oportunidad para descubrir a Dios y darme cuenta de que es Él quien lleva la rienda de mi vida, que está presente para ayudarnos, en las infidelidades del ser humano, en la incongruencia, en la inestabilidad de nuestras vidas, tendiéndonos la mano.
Dios está, no se arrepiente, no nos deja solos, aunque nos dé la sensación de estar abandonados. Este tipo de trabajo me ha ayudado mucho en mi consagración, me ha ayudado a descubrir que Él lo es todo y a Él le debemos todo. Solo nos pide ser fieles: “Yo soy tu Dios, tú eres mi pueblo”. Esta alianza me ayuda a afrontar con una mirada nueva los problemas.
P.- Secretario, ¿cuáles son los principales problemas que se ha encontrado o que le han manifestado los consagrados?
R.- Son múltiples y variados, es difícil establecer una clasificación de importancia, ya que para quien los padece el suyo es importante. El Dicasterio, en sus cinco secciones, aborda una variedad de temas que van desde el gobierno, la economía, la disciplina, la vida contemplativa, la formación y la creación de nuevas realidades de vida consagrada. Tratamos de dar una posible respuesta a todas las cuestiones que nos presentan, teniendo claro que detrás de cada situación o papel, hay personas y comunidades que sufren y esperan una luz para afrontar desde la fe esa dificultad por la que están pasando.
P.- ¿Se puede dar por superada o, al menos, encaminada la crisis de los abusos sexuales?
R.- El abuso, en cualquiera de sus formas, es inaceptable. El abuso sexual, especialmente de niños y vulnerables es particularmente grave porque ofende la vida, como nos recuerda Francisco. Ante estas realidades escandalosas llenas de sufrimiento que aún existen, los fieles –especialmente, los consagrados– no podemos desanimarnos por todo lo que queda por hacer, sino trabajar con renovado entusiasmo.
Monasterios, casas religiosas, comunidades de consagrados se han de convertir en lugares donde toda persona se pueda sentir segura y en casa. De ahí, que hemos de seguir estando cerca de las víctimas de abuso, acogiéndolas, escuchándolas, ayudándolas, estableciendo protocolos de prevención. Hemos de seguir mirando a las víctimas con una mirada que nace desde el corazón cercano, que fija sus ojos en el rostro de quien ha padecido el abuso.
Aprecio y gratitud
P.- ¿Algunos obispos siguen viendo a los religiosos como un vecino incómodo con el que no queda otra que convivir?
R.- En los pocos meses de subsecretario, no tengo la sensación de que esto sea así. Al contrario, los obispos en sus diversas visitas ad limina manifiestan su aprecio y agradecimiento por la vida consagrada y su presencia en las diócesis. Reconocen que su presencia es una riqueza para los fieles y que el cierre de una comunidad es una gran tristeza para todos.
Hemos de seguir caminando por la vía de la sinodalidad que el Papa nos ha indicado. Caminar juntos es la mejor forma de superar posibles problemas que puedan nacer en la interrelación, de ayudarnos a reconocer que quien camina junto a mí es mi hermano o hermana. Es la alternativa de vida que podemos ofrecer a una sociedad necesitada de modelos existenciales que ayuden a superar los contrastes a los que está sometida.
P.- La constitución ‘Vultum Dei quaerere’ y la instrucción ‘Cor Orans’ han supuesto un gran salto de este pontificado para la vida contemplativa. ¿Se están aplicando o hay resistencias? ¿Está la vida contemplativa en peligro de extinción?
R.- La vida contemplativa es un gran don para la Iglesia y la sociedad. Saber que hay personas que entregan su vida a la contemplación del rostro de Dios nos ayuda a afrontar el día a día de forma distinta, animados por la fuerza del Espíritu que se comunica en la oración mutua. La vida consagrada, como otras formas de vida eclesial, pasa por un período de reajuste, fruto de la realidad demográfica y de fe en la Iglesia y la sociedad.
Creo exagerado pensar que de la situación por la que está pasando la vida contemplativa se pueda decir que está en peligro de extinción. Dios es el que guía nuestra vida, su Iglesia y aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque él está a mi lado y me conforta. Las comunidades contemplativas se están adecuando a cuanto establece ‘Vultum Dei quaerere’ y ‘Cor Orans’, una vez superado el tiempo de conocimiento y asimilación de cuanto establecen. Lo van haciendo con la certeza de que Él es nuestro Pastor y nada nos puede faltar.