En mi reciente libro: ‘El Evangelio de Monterrey. La historia de Jesucristo Villarreal Rodríguez‘, aparecía en el original la siguiente descripción de tres muchachas: “Una era alta y delgada, más bien flaca, y la bromeaban diciéndole ‘la escoba’. Otra, la más alegre de las tres, era robusta, bueno, gordita… Para hacerla desatinar le decían ‘la nevera’. La tercera, poseedora de un cuerpazo que ponía nerviosos a los discípulos más jóvenes -y a los no tanto también-, coqueta a más no poder, disfrutaba que le dijeran ‘la Kardashian'”.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Los niños, los otros revolucionarios
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La editorial que publicó el documento me hizo llegar las siguientes observaciones: “se subrayan modificaciones que se hicieron para evitar estereotipos que generan discriminación o cosificación de personas o de aspectos físicos de las personas… se invita a evitar la idea de que la mujer ‘provoca’ con su cuerpo, lo cual perpetúa la idea de verlas como objetos sexuales y las vuelve ‘culpables’ de lo que les pueda pasar”.
A regañadientes -todo autor se enamora de su obra- tuve que apechugar, y acepté las modificaciones, se cambió la redacción, y quedó de esta manera: “Una era alta y delgada, y además muy platicadora. Otra, la más alegre de las tres, era robusta. La tercera, poseedora de un gran ingenio, era la más perspicaz”. (p.44).
El papa Francisco no tuvo a esos redactores que lo alertaran sobre el extremo cuidado a tener cuando nos referirnos a diferentes características de las personas, como su orientación sexual. Hoy ya no podemos hablar como lo hacíamos antes.
Y es que, en la reciente reunión semestral de la Conferencia Episcopal Italiana, indicó que los varones homosexuales no pueden ingresar a los seminarios. Justificó esa advertencia diciendo que ya hay demasiada mariconería (frociaggine, en italiano) en los seminarios.
El exabrupto lingüístico de Francisco -el término no sólo es despectivo sino vulgar-, con la andanada de críticas de las que ha sido objeto en esta semana, desvió la atención del tema central: la prohibición de que los gays puedan aspirar al ministerio del presbiterado, emitida en el 2005 bajo el mandato de Benedicto XVI, cosa que los obispos italianos pretenden abolir.
Pero es de resaltar que, al día siguiente, la oficina de prensa del Vaticano publicó que “el Papa nunca tuvo la intención de ofender o expresarse en términos homófobos, y ofrece disculpas a quienes se sintieron ofendidos por el uso de un término referido por otras personas”.
No es frecuente que los poderosos líderes de este mundo se disculpen. Bien por Bergoglio. Ya habrá oportunidad de analizar si su afirmación: “¡En la Iglesia hay lugar para todos, todos!”, en la realidad se aplica a quienes se han sentido ancestralmente rechazados por ella.
Pro-vocación
El teólogo Bryan Massingale es profesor en la Universidad de Fordham, New York, y sacerdote… abiertamente homosexual. Ha puesto el dedo en la llaga, al preguntarse si la posición vaticana contraria al ingreso de los gays a los seminarios implica que ellos sufren defectos morales que los varones heterosexuales no tienen. Este es el punto a discutir.