¿Desmasculinizar la Iglesia cambiaría la teología de los ministerios eclesiales?


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No sé por qué no me he referido en este blog a la propuesta del papa Francisco de “desmasculinizar” la Iglesia que encuentro particularmente significativa y sumamente sugestiva. La planteó después de la invitación que hizo a las teólogas Lucía Vantini y la hermana Linda Pocher para que en la renión de diciembre de 2023 del Consejo de Caerdenales hablaran del “principio mariano y petrino” de Von Balthasar que últimamente ha servido de argumento para mantener a las mujeres en su “lugar propio”.



Las dos teólogas se refirieron a los límites del pensamiento de von Balthasar, cuyo propósito no era el deber ser de la relación de hombres y mujeres en la Iglesia. Lo explicaron clarito, cuestionando el uso dado a este argumento y sus intervenciones fueron publicadas en el libro ‘Smaschilizzare la Chiesa? Confronto critico sui principi di H. U. von Balthasar’ (Paoline, 2024) y, traducido al español, ‘¿Desmasculinizar la Iglesia? Comparación crítica sobre los principios de Hans Urs von Balthasar’.

Desde un prólogo

Fue después de haber oído a las teólogas que Francisco escribió en el prólogo del libro: “Nos dimos cuenta, especialmente durante la preparación y celebración del Sínodo, que no habíamos escuchado suficientemente las voces de las mujeres en la Iglesia y que la Iglesia tenía mucho que aprender de ellas. Es necesario escucharnos recíprocamente para ‘desmasculinizar’ la Iglesia. […] Se necesita paciencia, respeto recíproco, escucha y apertura para aprender los unos de los otros para avanzar como un único pueblo de Dios, rico en diferencias pero que camina unido” [el resaltado es mío].

Desde mi preocupación por la exclusión de las mujeres del sacramento del orden, esta propuesta de Francisco se hace pregunta: ¿“desmasculinizar” la Iglesia puede ser una pequeña rendija hacia la posibilidad de su ordenación, contribuyendo a un replanteamiento en la teología y praxis de los ministerios eclesiales?

Líneas trazadas

Responden a esta misma preocupación las líneas trazadas por la hoja de ruta para la segunda etapa del Sínodo de la Sinodalidad que parecen tomar en serio la posibilidad de ordenar mujeres cuando plantean profundizar en “la investigación teológica y pastoral sobre el diaconado, más concretamente, sobre el acceso de las mujeres al diaconado”, lo que considero una invitación hacia un replanteamiento de la teología de los ministerios eclesiales.

Además, y sobre todo, el actual kairós sinodal y los pasos que ha dado el papa Francisco permiten vislumbrar expectativas de cambio para que las mujeres puedan encontrar en la Iglesia el espacio que la historia les ha negado. Por ejemplo, modificando espacios tradicionalmente ocupados únicamente por los hombres de Iglesia y nombrando mujeres en cargos directivos en los organismos vaticanos.

Prolongar espacios

Sin embargo, hablar de espacio para las mujeres en la mentalidad de los hombres de Iglesia –y Francisco es hombre de Iglesia– es hablar de un espacio propio para ellas: el “lugar propio” del que hablan los documentos del magisterio eclesial, que es el espacio que el mundo patriarcal les asignó y que siempre han ocupado. Por eso, el espacio que los hombres de Iglesia destinan para las mujeres es un espacio que prolonga el espacio doméstico, distinto y separado del espacio que los hombres ocupan, espacio de poder y, en la Iglesia, de poder sagrado recibido en el sacramento del orden. Un espacio que a las mujeres no les está permitido transgredir.

En esta conclusión resuenan las palabras de Francisco: “desmasculinizar la Iglesia” y, consiguientemente, la pregunta: ¿“desmasculinizar” la Iglesia puede ser una pequeña rendija hacia la posibilidad de su ordenación, contribuyendo a un replanteamiento en la teología y praxis de los ministerios eclesiales? Sin duda alguna tiene que contribuir, porque “desmasculinizar” la Iglesia supone, sobre todo y en primer lugar, dejar atrás el clericalismo.

La voz de santo Tomás

Por una parte, porque la exclusión de las mujeres del sacramento del orden tiene origen en la estructura clerical que asumió la Iglesia en el transcurso del primer milenio como consecuencia de la sacerdotalización de sus dirigentes y que quedó consagrada en la reforma gregoriana del siglo XI y la definición del sacramento del orden como el sacramento del sacerdocio en el siglo XIII, cuando santo Tomás estableció que ser mujer era impedimento –el ‘impedimentum sexus’– para recibir este sacramento.

Por otra parte, porque el temor a clericalizar a las mujeres persigue al papa Francisco a la hora de “crear espacios donde las mujeres puedan liderar”, como escribió en su libro ‘Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor’ (2021), considerando como reto “integrar la perspectiva de las mujeres sin clericalizarlas”. Lo que sería permitirles transgredir el lugar propio de los hombres de Iglesia, que es espacio clerical al que se accede por la ordenación. En este orden de ideas y admitiendo la posibilidad de que las mujeres puedan acceder a funciones y servicios eclesiales con estabilidad, reconocimiento y encargo del obispo, que son las características de un ministerio, como escribió en Querida Amazonia, al mismo tiempo estableció su limitación: ministerios que “no requieren” el sacramento del orden (QA 103) porque en la tradición eclesial solamente los varones pueden ser ordenados. Pero no porque este fuera el proyecto de Jesús sino debido a prácticas históricas –repito una vez más– en las que, con la sacerdotalización y consiguiente clericalización de los ministerios, las mujeres fueron excluidas de las funciones de liderazgo y servicio que habían ejercido en las comunidades neotestamentarias.

Replanteamiento teológico

Por eso la posibilidad de ordenación de las mujeres tiene que pasar por un replanteamiento de la teología de los ministerios eclesiales enmarcándola en la desmasculinización de la Iglesia que propone Francisco y en la superación del clericalismo eclesiástico que tan duramente el papa critica y que constituye el principal obstáculo para el acceso de las mujeres al sacramento del orden: mentalidad clerical, imaginarios clericales, estructuras y organización jerárquica clericales.

Lo cual exige un proceso de conversión eclesial, un cambio de mentalidad –’metanoia’– y de corazón para poder desaprender paradigmas propios del clericalismo y deconstruir imaginarios que sustentan modelos caducos de relación entre hombres y mujeres, al mismo tiempo que proponer relaciones de reciprocidad en el respeto, el servicio y la solidaridad que permitan reconstruir una eclesiología de comunión. Eclesiología que en el kairós sinodal que estamos viviendo, es eclesiología de pueblo de Dios completada por Francisco como eclesiología sinodal.

Y desde las periferias de una Iglesia sinodal, desde donde sopla el Espíritu, las mujeres estamos llamadas a generar los cambios y transformaciones necesarios de mentalidad, de actitudes, de formas de relación, de imaginarios y paradigmas desde donde superar el clericalismo y la tipología de Iglesia jerárquica, piramidal, kiriarcal y sacerdotal para que la ‘Ecclesia semper reformanda’ sea Iglesia de comunión, incluyente y ministerial como la propuso Vaticano II y en la que se enmarca una teología de los ministerios eclesiales que no excluya a las mujeres de uno de los siete sacramentos de la Iglesia.