Excepto para los muy “cafeteros”, es claro que, para el resto de los mortales, y más allá de su dimensión legal, Begoña Gómez –la esposa del presidente del Gobierno– ha incurrido en unas prácticas profesiones o mercantiles con unas más que evidentes carencias estéticas e incluso éticas. Vamos, eso que se dice de que la esposa del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo. (Según parece, el dicho proviene de Cicerón, que, a propósito de un incidente en que estuvo involucrada Pompeya, esposa de Julio César, dijo: “Mi esposa no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. César acabó divorciándose de Pompeya.)
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El dominio romano en Israel
El asunto de la apariencia de honradez e integridad me ha recordado un episodio que encontramos en el segundo libro de los Macabeos, un libro influido por la revuelta macabea y compuesto entre el siglo II y el I a. C., ciertamente antes del dominio romano en Israel (63 a. C.). Ahí va el texto:
“Eleazar era uno de los principales maestros de la Ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno. Le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Quienes presidían este impío banquete, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ilegítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió coherentemente, diciendo enseguida: ‘¡Enviadme al sepulcro! No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble, por amor a nuestra santa y venerable Ley’. Dicho esto, se fue enseguida al suplicio […] De esta manera terminó su vida, dejando no solo a los jóvenes, sino a la mayoría de la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud” (2 Mac 6,18-28.31).
Aunque las situaciones –por su dramatismo– son incomparables, el honor, la dignidad, la nobleza o la virtud son los mismos.