Tribuna

Justicia social: imperativo ético universal

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De la justicia lleva escribiéndose desde la noche de los tiempos. Conscientes de que la justicia se ha utilizado con frecuencia como una categoría ética al servicio del orden establecido, convirtiéndose en ocasiones en justificación de injusticias graves (esas “estructuras de pecado” de las que habló atinadamente san Juan Pablo II), el siglo XX vio nacer todo un movimiento de intensificación de la justicia como cuestionamiento del orden económico, social y político imperante. De hecho, para Julián Marías, el siglo XX es ininteligible si no se tiene en cuenta lo que significan estas dos palabras juntas: justicia social.



Así entendida, la justicia va de la mano de la igualdad y ambas aparecen como principio y meta de la ética: la justicia social es mucho más que una de las cuatro virtudes cardinales. La sociedad en su conjunto –y el Estado en particular– deben procurar el equilibrio y la equidad entre la población, deben garantizar la inclusión y el derecho a un desarrollo humano integral para todos y cada uno de los seres humanos, en un contexto medioambientalmente armónico y sostenible. Las injusticias de este mundo, con rostros y nombres concretos que se ven afectados por ellas, son las que están en la base de este amplio movimiento, del que forma parte por derecho propio la Doctrina Social de la Iglesia.

Díaz Ayuso y Milei

No obstante, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, afirmó hace un año: “La justicia social es un invento de la izquierda para promover el rencor, una pretendida lucha de clases”. Dos días después, volvió sobre el tema y dijo: “Justicia social significa que el fin justifica los medios”. Hace unos días, fue Javier Milei, el presidente de Argentina, quien se despachó a gusto contra la justicia social en Madrid en un acto de Vox, llegando a decir que “es una idea de resentidos, envidiosos, es injusta, es violenta, se roba a unos para dárselo a otros, es realmente aberrante”. Decir esas cosas es desconocer la historia o, peor aún, faltar a la verdad. Mentir está feo. Mentir de una forma tan burda es puro cinismo.

No hace falta más que acudir al ‘Diccionario panhispánico del español jurídico’ de la Real Academia Española de la Lengua para comprobarlo: “El término fue acuñado en 1840 por Luigi Taparelli d’Azeglio, SJ (1793-1862), quien quería orientar con él la doctrina del derecho natural de Tomás de Aquino hacia la nueva cuestión social. El papa León XIII recogió la doctrina en su encíclica ‘Rerum novarum’ (1891), que constituye el fundamento de una doctrina social específicamente católica, que se ha profundizado y ampliado en muchas encíclicas y documentos posteriores. Sigue conformando la corriente principal de la doctrina social católica en la actualidad; el propio concepto de justicia social se sigue usando predominantemente en este contexto”.

El capitalismo de Friedman

La Escuela de Economía de Chicago está detrás de esos discursos libertarios. Pero recordemos que ni Milton Friedman fue Dios ni ‘Capitalismo y libertad’ (1962) es la Biblia… La suya es una forma fundamentalista de entender el capitalismo, una auténtica cruzada ideológica asentada en un triple dogma: la eliminación del rol público del Estado, la absoluta libertad de movimientos de las empresas y un gasto social reducido a la mínima expresión. La memoria individual y colectiva es la respuesta más potente frente a ella, como Naomi Klein expuso magistralmente en ‘La doctrina del shock’ (2012).

A Díaz Ayuso y a Milei les ofrezco una beca para cursar el Máster Universitario en Doctrina Social de la Iglesia de la Fundación Pablo VI y la Universidad Pontificia de Salamanca. Salvo que quieran seguir contando milongas o exponiendo en público sus vergüenzas intelectuales. Allí donde existe un sistema sanitario, un sistema educativo y un sistema de protección social públicos y de calidad es por la fecundidad de una categoría moral como la justicia social. (…)

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