Les invito a abrir los ojos, percatarse de que hay Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) y preguntarse a quiénes encierran, por qué y qué sucede dentro. Pregúntense si todas las resoluciones judiciales que autorizan el internamiento se ajustan a la ley, si son decisiones proporcionadas, si son justas. La privación de libertad, de por sí, inflige un daño, causa sufrimiento. Cuando el internamiento pretende asegurar que una persona extranjera va a ser expulsada o devuelta, pregúntense si no hay modos menos aflictivos, menos lesivos, incluso menos costosos.
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Plantéense si los servicios que deben asegurar los CIE a quienes encierran se gestionan correctamente, si atienden suficientemente las necesidades de las personas internadas. Extiendan la mirada a quienes custodian y a quienes prestan otros servicios: presten atención al grado de profesionalidad, a la calidad de su atención humana; busquen a quienes se señalan en positivo, a quienes dejan qué desear y a quienes pecan de un trato desdeñoso, altivo, hasta agresivo.
Les estoy invitando a realizar un ejercicio que no es nada sencillo. En puridad, les pido un esfuerzo que pasa por el compromiso de visitar a las personas internadas… aunque también vale escuchar a quienes llevan tiempo entrando en los CIE, escuchando a internos, sosteniendo su esperanza en lo posible, captando las cuestiones en juego, contrastándolas con la Doctrina Social de la Iglesia y con el Derecho. Es la labor de los capellanes y de las entidades de la sociedad civil que entran en los CIE, entre las cuales se encuentran algunas de la Iglesia, como el Servicio Jesuita a Migrantes.
Tiempo de purificación
Les pido algo a contracorriente de la sensibilidad política en las sociedades europeas, que hacen del miedo a los migrantes la excusa para tomar posturas ideológicas contra ellos que chocan frontalmente con el Evangelio. Es tiempo de purificación interior, escucha y discernimiento de las mociones del Espíritu Santo, también sobre los CIE.