Como vamos indicando en las últimas semanas, los extremismos políticos no están interesados en dialogar con el diferente. Están tan convencidos de su propia verdad que no necesitan escuchar nada más. Por ello, una de las estrategias más utilizadas por estas ideologías es la descalificación gruesa del otro. No solo no se aprecia al que es diferente, sino que se va contra él, se lucha contra él, se es anti-el-otro. Como los otros están equivocados, tenemos que ir contra ellos. Los extremos están llenos de movimientos “anti”. De hecho, algunos de ellos se definen expresamente así en los nombres que toman para sus grupos.
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Los que piensan diferente están equivocados, todo lo que digan es incorrecto. En esa dinámica simplificadora de la realidad, quienes pertenecen a los otros grupos no tienen ningún crédito, todo en ellos están equivocado, no podemos hacer caso de nada de lo que digan, su sola presencia nos repele, nos produce problemas y vamos a intentar, con frecuencia, que no estén, que no aparezcan, que no hablen, que no se les vea, porque son lo peor con diferencia. El otro no tiene posibilidad de redención.
Por ello hay que evitar los contactos con ellos, no votar nunca lo que proponen, evitar a toda costa que gobiernen porque son realmente malvados. La verdad está en el propio lado y los otros están totalmente equivocados. Hay que poner barreras, muros, hay que negarse a hacer cualquier cosa con ellos. Cualquier contacto con el otro es una demostración de debilidad, porque la verdad la tiene uno mismo y nadie más.
Los extremistas se cierran a la posibilidad de diálogo con el otro. “Si eres de los otros voy a poner una barrera contra ti”. El extremista se cierra a la posibilidad de diálogo con el otro, todo lo del otro es malo y solamente lo suyo es bueno. Por ello solamente vale el combate, la separación, la polarización, el insulto, el rechazo, el ir contra el otro.
La clave está en conversar
Creo sinceramente que esta es otra idea de la que tenemos que abjurar los cristianos. Jesús nunca rechazó conversar con nadie. Los evangelios están llenos de conversaciones de Jesús con aquellos que podrían considerarse sus enemigos o con personas que hacían cosas que eran censurables desde su punto de vista. Habló con romanos que les oprimían, con los fariseos cuyas actitudes religiosas criticaba de manera justificada, con pecadores, con recaudadores de impuestos, con Judas que lo entregó a los romanos, con ricos a los que recomendó vender sus posesiones, con quienes apedreaban a la adúltera, etc. No necesitaba que los demás pensasen lo mismo que él o que reconociesen su verdad para conversar con ellos. La conversación es un camino privilegiado para transformar corazones, mucho más efectivo y eficaz que el rechazo, la lucha o la confrontación.