Hay un muy grave déficit de Pueblo. Sin esa experiencia de vecindad, fraternidad conciudadana, vivencia de plaza y calle de todos y con todos, es difícil que la categoría conciliar de “Pueblo de Dios” sea carne vivida y mística de cuerpo. Sin ese corazón de pueblo, tan solo hay ideología.
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Las ciudades han perdido espacios de convivencia entre distintas clases sociales, ideologías, credos, estilos, procedencias, etc. Las urbanizaciones han hecho y vallado su propia piscina privada, su parque infantil, su jardín, su sala de vecinos, etc. Todo lo que antes era exterior y de todos, ahora es zona reservada. Cada clase social tiene su propio territorio y circuito de trabajos, en los que apenas se mezcla. La forma de las ciudades es una máquina que crea división. La parroquia debe ser lo contrario: tener forma de plaza. Como la de Pentecostés.
La forma de los seminarios crea Iglesia. Es tal el grado de desvinculación con la amplia diversidad del Pueblo de Dios, y tan fuerte el encastillamiento en ideologías o movimientos, que es preciso que la formación para ser presbítero cobre otro modo. La fe, pluralidad y vulnerabilidad del Pueblo, el compartir inmediato y continuo con él, especialmente con los pobres y sufrientes, da forma al corazón presbiterial. Solo eso va a liberar de clericalismos e ideologías. No basta con hacer prácticas o salidas, ni ya se puede dar por supuesto.
Fraternidad presbiterial
Siendo importante vivir hondamente la fraternidad presbiterial, es urgente que la formación de los seminaristas acontezca diariamente en los barrios, con la gente a la que van a servir, especialmente con los excluidos y sufrientes. La formación teológica y pastoral profunda debe vivirse insertos en el corazón de los barrios, y al modo como el propio Jesús formó a sus apóstoles: por las calles, con toda la gente, en sus casas, haciendo plaza.