Este otoño/invierno chileno nos tiene a muchos en un vilo por la cantidad de agua que nos cae del cielo y que ya no podemos canalizar. Hay muchos damnificados y daños materiales que “enlodan” literal y simbólicamente el estado de ánimo y nos interpelan, una vez más, a nivel psico-espiritual.
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Intervenciones tan radicales de la naturaleza, sin dudar, nos develan nuestra fragilidad humana, el eufemismo del control y la seguridad, y nos devuelven en segundos a la realidad. No está mal hacer como si todo dependiera de nosotros, pero nunca hay que olvidar que todo depende de Dios.
La voz de Dios en la naturaleza
Al Señor lo podemos escuchar hablar en el alma, en las voces del tiempo y/o de la historia, pero, en el caso de la naturaleza, pareciera que gritara manifestando su voluntad misteriosa e impredecible para ponernos en el lugar justo. Terremotos, ciclones, erupciones, aluviones, huracanes, sequías, inundaciones y otros nos dejan con las manos atadas, en la vulnerabilidad total, esperando que pasen pronto y que no nos toque a nosotros la máxima rigurosidad.
Por más recursos que tengamos, nadie queda inmune al paso de las fuerzas de la tierra dejando a la intemperie nuestra pequeñez e indefensión. Es un golpe duro de “ubicación” ontológica que derriba el ego y cualquier engaño material con el que nos queramos asegurar.
Decodificando a Dios
En estas horas el país se organiza para dar techo a los que perdieron sus viviendas, desinfectar y limpiar escuelas, hospitales y recintos públicos, para reponer fuentes de trabajo que se perdieron hundidas en las corrientes, para recuperar terrenos y cultivos que quedaron anegados y un sinfín de daños. Paradójicamente, la Cordillera de Los Andes nos encandila con su belleza alba y majestuosa, silente y resiliente, como si nada pasara en sus faldeos.
Una vez más, los mensajes aparentemente contradictorios de la naturaleza nos permiten decodificar a Dios. En la desgracia debemos tener paz; que esto también pasará y que Dios saca pan de las piedras. Nos está diciendo que no estamos solos y que nos cubre con su manto maternal en medio de la tormenta.
Lo que dispone Dios
Cuando todo se nos escapa de las manos y vemos impotentes cómo se derriban los cercos de la mente y de nuestro derredor, pareciera que el Señor nos “obliga” con una “suave violencia” a soltar todo aquello que se nos adhirió al alma y que, tarde o temprano, nos causará daño en nuestra salvación. Nos muestra que las posesiones del mundo son efímeras y solo máscaras del presente que nos distancian de la fraternidad y la libertad futura.
Nos enseña que el miedo es apego y rigidez que nos ata a lo conocido, cuando la vida real es un constante cambio que jamás podremos anticipar. En el fondo, Dios, con la madre naturaleza, nos está dando vuelta a las estructuras para que seamos conscientes que somos seres espirituales, sus hijos amados, y que debemos ordenarnos por el amor y no por el temor.
Diosidencias
Quizás sin “pruebas” o adversidades, seríamos más ignorantes de lo que realmente importa y viviríamos aún más centrados en ganar o rendir que en existir. Dios quiere que tengamos vida en abundancia y no que nos hundamos en la ansiedad, en la falsa seguridad que nos separa y nos vuelve paranoicos. El destrozo y el barrial “simbólico y real” exigen reconstruir y limpiar y, con ello, quizás puede nacer un nuevo modo de proceder y despertar del individualismo y consumismo actual. Nada es casualidad, sino una preciosa Diosidencia que debemos aprender a sintonizar.