De apenas una cuartilla, y con menos de 500 palabras, la semana pasada el papa Francisco publicó su Carta Apostólica, en forma de ‘motu proprio’ -documento breve, que afecta a cuestiones concretas, no propiamente doctrinales-, ‘Fratello Sole’ (Hermano Sol), disponibe solo en italiano.
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Inicia el texto recordando que, con la Laudato Si (2015), invitó a la humanidad a efectuar cambios en los propios estilos de vida, de producción y de consumo, con la finalidad de contrarrestar el calentamiento global.
Francisco de Roma quiere hacer suya esa recomendación, y empezar por la propia casa, haciendo del Vaticano un Estado ‘solar’. Para ello, indica la construcción de una planta agrivoltaica -que busca la máxima sinergia entre la energía fotovoltaica y la agricultura, instalando paneles solares en terrenos de cultivo- en la zona extraterritorial de Santa Maria di Galeria, a unos 35 kilómetros al norte del Vaticano y con una superficie de 430 hectáreas. Allí, Radio Vaticana mantiene antenas para emitir su programación desde 1957.
El objetivo es obvio: “… implementar una transición hacia un modelo de desarrollo sostenible, que reduzca las emisiones de gases efecto invernadero en la atmósfera, asumiendo el objetivo de la neutralidad climática”. Además, el Papa argentino insiste en que “La humanidad dispone de los medios tecnológicos necesarios para afrontar esta transformación medioambiental y a sus perniciosas consecuencias éticas, sociales, económicas y políticas”. Para lograrlo, concluye Bergoglio, la energía solar desempeña un papel clave.
Recordemos que, ya desde Benedicto XVI, el Vaticano instaló un techo de paneles solares en su principal sala de audiencias, y ha comenzado a sustituir su parque automovilístico con vehículos eléctricos. También que, en 2023, la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano anunció la ‘Conversión Ecológica 2030’, en sintonía con la Laudato Si y la Laudato Deum.
Bien por Francisco. Hay que predicar con el ejemplo, y demuestra que la elección de su nombre no obedeció a una pose mediática, sino a la verdadera convicción de identificarse con quien llamara ‘hermano’ al sol.
Pro-vocación
¿Era necesario excomulgar a las monjas clarisas de Belorado? ¿No se pudo encontrar una mejor solución, en vez de acudir a esta medida anacrónica y quizá hasta antievangélica? ¿No tiene nuestra Iglesia institucional, experta en diplomacia a lo largo de siglos, competentes negociadores que pudieran resolver el conflicto con el menor costo mediático posible? Supongamos que se intentó, y no se logró. Bueno. ¿No se pudo encontrar otro resquicio jurídico que, sí, denunciara sus posiciones cismáticas, pero que también salvaguardara su dignidad humana, sus discrepancias doctrinales y su sustento material?