¿Hay que enterrar a los muertos?


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El pasado miércoles supimos del fallecimiento del padre de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno. Con tal motivo, se suspendió durante dos días la agenda oficial de Pedro Sánchez. En este caso, nadie, que yo sepa, se ha manifestado en contra de esta medida –por razones evidentes–, cosa que no ocurrió con aquellos famosos cinco días de reflexión que se tomó hace algún tiempo; era otro caso. Nada que objetar, por tanto.



Pero el hecho me ha recordado un pasaje del Nuevo Testamento. En un contexto de misión, Jesús dice a uno con quien se encuentra por el camino: “‘Sígueme’. Él respondió: ‘Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre’. Le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios’” (Lc 9,59-60). Hay que reconocer que las palabras de Jesús son duras… y absurdas: ¿cómo pueden los muertos enterrar a los muertos? Evidentemente, no se pueden entender estas palabras de forma literal. En realidad, suponen un verdadero desafío –muy hábil y efectivo, además, en el plano retórico–, ya que lo que se está diciendo de forma tan audaz es que seguir a Jesús se sitúa por encima de las cosas más sagradas. Y una de ellas es, precisamente, la de enterrar a los muertos.

Cementerio en San Sebastián con flores por el día de Todos los Santos

De hecho, era la más importante de las “obras de misericordia” judías (las llamadas ‘gemilut hasadim’, algo así como ‘entrega de bondad amorosa’). Tanto que se consideraba que formaba parte de uno de los Diez mandamientos, aquel que dice: “Honra a tu padre y a tu madre”. En efecto, honrar a los padres implicaba no solo cuidarlos cuando fueran ancianos, sino también darles sepultura cuando murieran. Incluso los rabinos interpretaron que el propio Dios llevó a cabo esta obra de misericordia al enterrar a Moisés (según el texto hebreo de Dt 34,6: “Y lo enterró en el valle”; la versión griega de los LXX, en cambio, emplea la tercera persona del plural: “Y lo enterraron…”).

Jesús y el Reino son lo primero

No solo Jesús se presenta en el evangelio por encima de la familia –una de las instituciones capitales de aquella sociedad–, sino que también es presentado por delante de Dios, o al menos a la misma altura que él, al atreverse a “corregir” uno de los mandamientos. Seguir a Jesús o predicar el reino de Dios es algo prioritario.

Naturalmente que hay que enterrar a los muertos, ya que es un signo de civilización, además de una exigencia del amor. Pero eso no debe hacernos perder de vista lo fundamental: Jesús y el Reino son lo primero.