El Papa reivindica en Trieste el “escándalo de una fe que acaricia la vida de las personas y cura corazones rotos”

El Papa ha celebrado la eucaristía este domingo en la ciudad italiana de Trieste, a la cual se ha desplazado hoy para participar en la en la última jornada de la 50ª Semana Social Católica. Durante su homilía, Francisco ha señalado que los profetas “a menudo se encontraron con un pueblo rebelde y fueron rechazados”. Algo similar a lo que le ocurrió a Jesús en Nazaret.



“Al escuchar lo que dicen sus compatriotas, vemos que sólo se detienen en su historia terrenal, en sus antecedentes familiares y, por tanto, no pueden explicarse cómo del hijo de José el carpintero, es decir, de una persona corriente, pudo surgir tanta sabiduría e incluso la capacidad de realizar prodigios”, ha explicado el Papa.

“El escándalo, pues, es la humanidad de Jesús”, ha subrayado. “El obstáculo que impide a esta gente reconocer la presencia de Dios en Jesús es el hecho de que es humano, es simplemente el hijo de José el carpintero”.

Eucaristía en Trieste

Eucaristía en Trieste

Contra una fe “encerrada en sí misma”

Así, el escándalo es “una fe basada en un Dios humano, que se abaja hasta la humanidad, que se preocupa por ella, que se conmueve por nuestras heridas, que toma sobre sí nuestro cansancio, que se parte como pan por nosotros”.

En este sentido, el Papa ha subrayado que “hoy necesitamos precisamente esto: el escándalo de la fe”. Es decir, “no de una religiosidad encerrada en sí misma, que levanta la mirada al cielo sin preocuparse de lo que ocurre en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles”.

“Lo que necesitamos”, ha aseverado, “es el escándalo de la fe, una fe enraizada en el Dios que se hizo hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de las personas, que cura los corazones rotos, que se convierte en levadura de esperanza y semilla de un mundo nuevo”.

Es, sobre todo, “una fe que disipa los cálculos del egoísmo humano, que denuncia el mal, que señala con el dedo la injusticia, que perturba las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles”.

Por ello, el Papa ha animado a no olvidar que “Dios se esconde en los rincones oscuros de la vida y de nuestras ciudades, su presencia se revela precisamente en los rostros ahuecados por el sufrimiento y donde parece triunfar la degradación. La infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, los olvidados y los descartados”.

Noticias relacionadas
Compartir