Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

¿Siempre ha sido así?


Compartir

Año tras año, cuando vuelvo a Bilbao a ver a mi familia, suelo ir a misa a una parroquia en un barrio cercano que tiene varias celebraciones al día. Como estoy en “modo descanso”, voy a media mañana, es decir, a esas horas en las que es imposible que acudan quienes tienen un horario laboral. Vamos, que ahí me encuentro con los jubilados de la zona y aquellas personas que trabajan en casa. Se nota que se trata de asistentes habituales, porque sin que nadie diga nada, hay una serie de “supuestos” que una visitante puntual como yo no acaba de percibir. Sin darte cuenta puedes acabar sentándote en un lugar que suele ocupar otra persona, a la que tu descuido deja un poco perdida o puedes terminar generando cierto desconcierto porque sales del banco a comulgar cuando no correspondía según el orden no verbalizado que todos han asumido.



Entre rutinas y normas

Tengo que confesar que me hacen mucha gracia todas estas dinámicas y “supuestos cotidianos” que yo experimento de manera palpable cada año cuando aterrizo unos días en esa iglesia, pero que, en realidad, se van generando en cualquier grupo humano que comparte el día a día. Cada uno va repitiendo horarios, ocupando espacios o asumiendo actividades de manera natural y sin necesidad de expresarlo o de organizarnos para ello, por más que nos afecten a todos. Así somos los humanos, que vivimos en relación con otros y necesitamos rutinas. El problema es cuando convertimos en normas inamovibles lo que solo son costumbres, de manera que, si sale a leer la lectura alguien distinto o no empieza el ángelus la feligresa de siempre, tenemos una crisis grupal.

La ría de Bilbao

La ría de Bilbao

En esta tendencia a canonizar el “siempre ha sido así”, ninguno de nosotros está libre de pecado, por eso es tan sano hacer un ejercicio de imaginación y preguntarnos qué pasaría si cambiamos rutinas cotidianas, si dejamos que otra persona se encargue de lo que siempre hacemos, si preguntamos qué otras maneras hay de hacer lo mismo o si nos atrevemos a cuestionar los “siempre se ha hecho así” que nos rodean. En esta sana estrategia de romper esquemas y impugnar prácticas habituales tenemos un buen Maestro: ese Galileo que se atrevía a preguntar por qué se podía liberar a un animal en sábado pero no a una persona de sus ataduras (cf. Lc 13,10-17) o a cuestionar por qué es más importante hacer una ofrenda religiosa que atender a los padre (cf. Mc 7,11-13). Quizá el tiempo de verano es un buen momento para cuestionar esos yugos de la costumbre que nos imponemos a nosotros mismos ¿no?