La decisión de Joe Biden de renunciar a presentarse a las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos como candidato del Partido Demócrata abre una crisis sin precedentes en su formación en tanto que requiere rearmar la campaña en una agónica cuenta atrás.
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El segundo presidente católico de los Estados Unidos se echa a un lado. Una postura que podría recordar a la renuncia que hace once años protagonizó el papa Benedicto XVI. Sobre todo, teniendo en cuenta que hoy por hoy, tanto el Papado como la presidencia norteamericana constituyen dos de los liderazgos con más repercusiones globales.
Vector clave
Sin embargo, entre la dimisión de Biden y la retirada de Joseph Ratzinger hay algunas diferencias significativas, más allá de compartir una misma fe que, a buen seguro, ha sido un vector clave en el proceso vivido por uno y otro. El anuncio de Benedicto XVI de dejar el timón de la barca de Pedro llegó de manera inesperada y por sorpresa. Es cierto que el pontífice alemán contaba con 85 años y una frágil salud de hierro, pero no había saltado alarma alguna sobre una merma significativa de sus capacidades físicas o mentales.
Así pues, como él mismo reconoció aquel 11 de febrero de 2013, “para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio son necesarias tanto la fortaleza de la mente como la del cuerpo, fortaleza que, en los últimos meses, se ha deteriorado en mí hasta el punto de que he tenido que reconocer mi incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio que se me confió”.
Absolutamente personal
Además, hasta ese momento no había surgido rumor alguno sobre una posible renuncia. La discreción con la que llevó a cabo Ratzinger su proceso de discernimiento no tuvo una sola fuga. Y el paso dado fue absolutamente personal y voluntario, sin presiones de ningún tipo desde la opinión pública o desde su entorno cercano, más allá de las críticas a las que se expone cualquier líder. Es más, justo en el momento en el que dio a conocer su decisión no se correspondía con una coyuntura especialmente compleja en el gobierno de la Iglesia dentro de las crisis a las que tuvo que hacer frente en su pontificado, como la lacra de los abusos sexuales.
Frente a la serenidad que refleja este proceso llevado por Benedicto XVI, más allá de las luchas internas que viviría él mismo durante hasta tomar la decisión final, el ‘viacrucis’ de Biden parece haber sido algo más agitado. Por un lado, el líder demócrata no tenía intención alguna de apearse de la carrera hacia la Casa Blanca por segunda vez. Ni los despistes y lagunas mostradas públicamente en los últimos años, pero tampoco la fragilidad mostrada en el debate electoral contra Donald Trump el pasado mes de junio, le hizo replantearse que quizá su tiempo había terminado.
Tras la debilidad manifiesta en esta confrontación televisada, Biden se reafirmó en su empeño de continuar como candidato. Ni tan siquiera el retiro con su familia y su entorno más cercano tuvo efecto disuasorio alguno sobre Biden. Es más, solo cuando la presión ha arreciado desde su partido, se ha apartado. O lo que es lo mismo, queda lejos de ser una retirada voluntaria fruto de un discernimiento sereno y con plena conciencia de sus limitaciones personales.