La semana pasada, 30 premios Nobel pidieron a Francisco de Roma que exigiera una tregua a las guerras en el mundo, con motivo de los juegos olímpicos parisinos que acaban de iniciar, y que se llevarán a cabo del 26 de julio al 11 de agosto. La misiva la extendían al patriarca ortodoxo Bartolomé, al Dalai Lama y a dirigentes del Islam y del judaísmo.
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Seguramente no estaban enterados de que, desde el 27 de junio de este año, el Papa le había mandado un mensaje al arzobispo metropolitano de París, Laurent Ulrich, expresando sus deseos de que hubiese un cese al fuego, al menos mientras se desarrollan las olimpíadas francesas.
Pero, ya desde el 18 de abril del año pasado, a través del secretario de Estado, Pietro Parolin, había enviado una comunicación a los católicos franceses, invitándoles a dar testimonio de alegría, pero también de responsabilidad, a las miles de personas que llegarán a su país con motivo de los juegos olímpicos. Al mismo tiempo, deseó que la justa deportiva fuera una verdadera oportunidad para impulsar la fraternidad, tan necesaria en el mundo actual.
En el comunicado de esta semana, invitó a los anfitriones a abrir no solo las puertas de sus iglesias, escuelas y hogares, sino especialmente las de sus corazones, para demostrar a los visitantes que es ahí en donde habita Cristo.
Me llaman la atención dos reflexiones papales, referidas a dos elementos fundamentales de las olimpíadas: el que sean ‘juegos’, y el simbolismo de los cinco aros que las distinguen.
Recuperando el fundamental sentido lúdico del evento, Francisco afirma: “Los juegos olímpicos, si realmente siguen siendo ‘juegos’, pueden ser un lugar excepcional para el encuentro de las personas, inclusive las más hostiles“.
Y continuó: “Los cinco aros entrelazados representan ese espíritu de fraternidad que debe caracterizar la manifestación olímpica y la competencia deportiva en general”.
Nos recuerda el Papa argentino que, desde sus orígenes -allá por el año 776 a.C.-, los conflictos bélicos entre las ciudades griegas se detenían durante el desarrollo de la justa deportiva, en lo que se conoció como la paz o tregua olímpica.
Las guerras nunca deberían existir. Pero, ya que nuestro genético belicismo nos impide vivir en una paz justa y duradera, ojalá y los actuales conflictos en el mundo entero hagan una pausa, al menos mientras nos admiramos viendo en la tele deportes que van más allá del futbol, y que demuestran la excelsitud del equilibrio entre alma y cuerpo humanos, impulsado por el arrojo y la disciplina, y que buscan ir más rápido, más alto y más fuerte (‘citius, altius, fortius’), expresión que, por cierto, se refiere al padre Henri Didon, dominico francés.
Pro-vocación
Lebron James, jugador de los Lakers y abanderdado de la delegación norteamericana, gana cerca de 48 millones de dólares por temporada en la NBA. Stephen Curry -Warriors- 52, y Jason Tatum, de los actuales campeones Celtics, 63 millones. Así por el estilo los salarios de los otros nueve integrantes del Dream Team USA. Lejanos quedaron los tiempos en que solo participaban deportistas amateurs en las olimpíadas, así como el lema olímpico “lo importante no es ganar, sino saber competir”.