Nicolás Maduro se ha autoproclamado, una vez más, presidente de Venezuela, a pesar de que las actas de las elecciones del 28 de julio –que no ha sido capaz de reconocer como válidas– dan un triunfo aplastante a la oposición liderada por Edmundo González Urrutia y María Corina Machado.
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Su empeño en aferrarse al poder, en una deriva entre cubana y nicaragüense, solo traerá consigo consecuencias aún más letales para un pueblo ya de por sí castigado por 25 años de chavismo, como reflejan, no solo la pobreza reinante y los presos políticos, sino los más de siete millones de exiliados. La decena de muertos que ha habido durante las protestas tras los comicios puede ser el prólogo de un enfrentamiento civil sin precedentes.
La Iglesia da un paso al frente
Una vez más, la Iglesia ha dado un paso al frente para exigir el respeto a la voluntad popular expresada en las urnas y una condena firme a la represión gubernamental, a sabiendas de que está en el punto de mira del régimen. Un grito exhausto, popular y eclesial, que exige un respaldo de la comunidad internacional que no llega con la determinación que cabría esperar para liberar al pueblo venezolano de una autocracia más que manifiesta.