¿Se puede uno alegrar de la muerte de alguien?


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Debo decir que me resulta difícil escribir estas líneas. Porque se trata de hablar de una persona cuya muerte probablemente ha alegrado a muchos. Se trata del líder de Hamás Ismail Haniyeh, que murió en un atentado en Teherán el pasado 31 de julio. Para muchas personas de dentro y de fuera de Israel, la muerte –o el asesinato– de Haniyeh ha sido motivo de alegría, ya que era considerado un malvado, responsable último de los atentados del 7 de octubre de 2023 en Israel. De hecho, hay unas imágenes que muestran a Haniyeh y otros dirigentes de Hamás rezando y dando gracias a Dios por esos atentados aquel fatídico día de octubre.



Día de fiesta

¿Se puede uno alegrar de la muerte de alguien? Seguro que no es lo más cristiano que se pueda imaginar. De hecho, habrá que pedir al Señor que nos ayude a llegar adonde llegó él: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,35). Pero, entre tanto, hay que reconocer que esos sentimientos negativos son también bastante humanos y naturales. De hecho, en la Escritura encontramos buenos ejemplos de ellos hacia aquellos que nos hacen el mal. Por ejemplo: “Que sus días sean pocos y otro ocupe su cargo. Queden huérfanos sus hijos y viuda su mujer. Vayan sus hijos errabundos mendigando y sean expulsados lejos de sus ruinas. Que un acreedor se apodere de sus bienes y los extraños se adueñen de sus sudores. ¡Jamás le brinde nadie su favor, ni se apiade de sus huérfanos! Que su posteridad sea exterminada y en una generación se borre su nombre (Sal 109,8-13). O esto otro: “Oh Dios, rómpeles los dientes en la boca; quiebra, Señor, los colmillos a los leones. Que se evaporen como agua que fluye, que se marchiten como hierba que se pisa. Sean como babosa que se disuelva al deslizarse; como aborto de mujer, que no llega a ver el sol. Antes de que echen espinas, como la zarza verde o quemada, arrebátelos el vendaval. Goce el justo viendo la venganza, bañe sus pies en la sangre del malvado” (Sal 58,7-11).

Cuentan que, en los días de la Segunda Guerra Mundial, un judío se presentó diciendo: “Hitler morirá en día de fiesta”. Sorprendidos, algunos le preguntaron: “¿Qué día de fiesta?” El adivino respondió: “Cualquier día en que muera Hitler será día de fiesta para los judíos”.

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