Cuántas veces se explica que para ver hay que mirar primero. Pareciera que no hay disponibilidad o intención de hacerlo en profundidad. Si todo es a vuelo de pájaro, con el falso producto de la instantaneidad, mal se podrá ver lo que nos está pasando. Se cuelan elefantes en el bazar, se agranda el pan para el circo, se da de comer series y se propician magos que enceguecen con promesas.
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Es muy fácil hacer diagnósticos de los tiempos que corren cuando son tres o cuatro los que se ponen de acuerdo y a esa opinión minoritaria se le da carácter diocesano y se van tomando decisiones en nombre de quiénes nunca fueron escuchados: el pueblo, sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes pastorales, laicos y laicas.
Sucede que parte de nuestra gente mira con cara de sorpresa y no dice nada por temor a quedar mal con la jerarquía o sólo se expresa con un cierto estupor sin acuerdo.
Y se van escondiendo y dejando de lado tanto los desaciertos y las manipulaciones, como las palpitaciones y las intuiciones de personas que ˗con años de profunda espiritualidad y conocimiento vivencial de la historia del pueblo y el territorio˗ pueden discernir lo que viene de Dios y lo que no, lo que es justo y necesario y lo que no, lo que se puede meter debajo de la alfombra para no molestar y lo que no.
Si la dejaran ˗y fuera acompañada sin anteponerles el desprecio˗, la mayoría del pueblo podría hoy reflexionar y discernir sobre los temas que el Papa Francisco va proponiendo: cultura del encuentro, sinodalidad, Año de la Oración, Jubileo 2025 y otros que están plasmados en los documentos de su Magisterio o de algunos de los Dicasterios. Por ejemplo: ‘Dignitas Infinita’ o ‘Enséñanos a orar’.
También se suele apostar a la nueva cultura de la cancelación o se habla en jergas y monosílabos, con palabras cortadas y pegadas de algún texto o cita y con eso se da por zanjado cualquier anhelo de interpretación o discernimiento. Cancelado el otro, se duerme tranquilo. Ad intra y ad extra, como nos gusta decir.
Todo esto se ejerce sin temor a dejar hasta al sentido común de lado para que duerma sobre territorios descansados en un no me importa, en nada que implique mucho trabajo, nada que permita reflexionar y discernir personalmente o de manera comunitaria y social.
Y también hay mucho envoltorio en papel de regalo, famoso intercambio de espejitos de colores para que miles y millones de personas sigan dormidas.
Por todo esto y más, está bueno que nos preguntemos qué nos está pasando.
Sumidos en la ignorancia
Se siente una velada intención de adormecer al pueblo ˗a todo el pueblo, que se reconoce uno solo y el mismo˗ se encargan quienes creen ser iluminados y especiales que hablan sin pudor ante pocos o muchos proponiendo fórmulas mágicas como jarabe del lejano oeste a los incautos.
Hay interpretadores de turno, siempre listos para dar opinión o enseñar porque el otro, el pueblo, no sabe. Hay quienes quedaron varados en las razones de la fe anteriores al Concilio Vaticano II que machacan con discursos y letras aprendidas de memoria donde se dan el lujo hasta de atemorizar a quien aún no tenga el bautismo. Hay una verdad ˗con minúscula˗, muchas veces acuñada en los ambones, que suele ser marcada a fuego con la intención de hacer ver que el otro no entiende. Y entonces, se cree que la pertenencia está dada por la cantidad de participantes que asisten a los eventos en los que se integra. Quitada la pertenencia, se hace extranjero a todo el que no piense igual. Así, no hay ingreso a las cuatro paredes del templo y, los que ya están adentro, están más solos que nunca, creyendo aún que la salvación es para algunos pocos.
Está claro que quienes fogonean que la gente no piense, no se cultive ni se forme, no reflexione ni discierna a la luz de la Palabra no son sembradores de Evangelio ni adora la Palabra de la misma manera que se postra ante la Eucaristía.
Se ve con preocupación a algunos personajes que propician el ‘milagrerismo’ y que, desquiciados, se expresan con un discurso insano y repiten nociones “culturales” de la “fe” que eligieron para su delirio e irrumpen ante la necesidad de la gente que piensa en el milagro de comer y de darle salud a sus familiares.
Decía el Cardenal Raniero Cantalamessa en 2005 que “los milagros del Evangelio presentan características inconfundibles. Nunca se realizan para sorprender o para encumbrar a quien los realiza. Algunos hoy se dejan encantar escuchando a ciertos personajes que aparentan poseer ciertos poderes. ¿A quién sirve este tipo de milagros, suponiendo que sean tales? A nadie, o sólo a sí mismos, para hacer discípulos o para hacer dinero”.
La fe precede al milagro, como fue el de la hemorroísa o, en todo caso, hay milagro cuando lo precede la Fe. Jesús respondía: “Tu fe te ha salvado”. La Evangelización no es un evento multitudinario donde las entradas se agotan en dos horas como en un espectáculo de artistas reconocidos. La evangelización es un proceso, muchas veces largo y tedioso porque como la caridad, hay que empezar por casa. Es acompañar y amar incluyendo los territorios de todo dolor, es estar y compartir en lo pequeño y, sobre todo, es pasar desapercibidos. No es ser noticia. Un cura amigo decía en una charla que cuando amamos, tenemos que estar dispuestos a extender los territorios del dolor.
Hay quienes se aprovechan de quienes manifiestan sus poderes ante la ingenuidad del público, porque apuestan a hacer pie en la cultura líquida donde todo se liquida para que el pueblo siga signado por la ignorancia.
Revalorar la oración
Durante la rueda de prensa de presentación del Año de la Oración en preparatorias al Jubileo de 2025 y de la serie Apuntes sobre la Oración, el 23 de enero de 2024, Mons. Rino Fisichella, Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización expresó: “Este no es un Año con iniciativas particulares sino más bien un momento privilegiado para redescubrir el valor de la oración, la necesidad de la oración diaria en la vida cristiana; cómo orar, y sobre todo cómo educar a orar hoy, en la era de la cultura digital”.
Toca acompañar el Año de Oración con los pies amanecidos en la esperanza puesta en Jesús. Citando a Francisco, en la Bula de Convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025: “Redescubrir la paciencia hace mucho bien a uno mismo y a los demás”. Y agrega: “La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene” (Bula Papal ‘Spes non confundit’, mayo 2024).
Se nos hace la invitación a ser signos de esperanza, apostando a la paciencia para dejar obrar a Dios, que no significa abalanzarnos sobre fórmulas mágicas o dejar que las personas caigan en manipulaciones oscuras, ‘milagreristas’ y ajenas al Evangelio.
Podemos entonces citar a Mateo 6, 21-23: “Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!”.