Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La revolución de los viejos: la esperanza de la humanidad


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Las personas mayores no somos viejos que hay que callar ni con los que hay que cargar, sino que somos los instrumentos de Dios para aportar luz en medio de la oscuridad. Ya venimos de vuelta y sabemos que el camino por el que va el mundo nos conduce a la destrucción y enfermedad física y social. Aún estamos a tiempo y somos muchos los que sabemos dónde se encuentra la verdadera felicidad; solo nos debemos sumar.



Poseemos tesoros de sabiduría. Todo lo que hemos experimentado los que hoy tenemos más de cuarenta años, como son: las crisis económicas; las guerras; el tránsito de una sociedad patriarcal a una más equitativa; los gobiernos autoritarios y los populistas; la transformación de la Iglesia y la fe de las personas; la invasión de la tecnología y la inteligencia artificial; el cambio climático; la propagación de un modo económico eminentemente productivo, individualista, consumidor y de rendimiento; los cambios culturales y sociales; la globalización, entre muchas otras vivencias, nos posicionan en un lugar estratégico de la sociedad.

Un reservorio de sabiduría

Somos un reservorio de sabiduría que puede promover un modo de vivir más humano, colaborativo, sustentable, amoroso y resiliente, que permita la fraternidad y felicidad y, de paso, la supervivencia de la humanidad.

Estamos ante una re-evolución plateada. Después de tantas lágrimas y luchas, somos muchos los que tenemos sembradas en las entrañas el deseo de paz, de compartir, de gozar, de cuidar la vida, de ayudar, de dialogar, de contar historias, de confiar, de amar y crear una nueva humanidad, donde no estemos todo el día alienados, pegados a una pantalla, adictos a cualquier cosa para paliar el dolor, compitiendo, trabajando, atemorizados con la incertidumbre, carentes de propósito y enfermos del cuerpo y del alma.

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Un rol protagónico

Muchos, estamos hartos de violencia, abusos, injusticias, acaparamiento, consumo, hacer y aparentar, entre otras cosas. El desafío es resistirse a la “jubilación de nuestra existencia” y asumir el rol protagónico que el Señor espera para un cambio en el modo de vivir de nuestros hijos, nietos, amigos, colegas, vecinos y a todos los que nos podamos encontrar.

¿Cómo partir? Lo primero es no dejarse relegar ni silenciar por el modelo actual. Hay que ser conscientes de la misión que Dios nos pide y construir su Reino día a día sumando a otras personas al cambio del paradigma individualista y vacío en el que estamos inmersos. Cada uno a su modo y alcance, puede cooperar con formas de vincularnos más humanas, lentas, atentas y misericordiosas que nos permitan prever un nuevo mundo y salvar, de paso, al planeta.

Todos vamos a morir un día, pero ojalá lo hagamos sabiendo que pudimos cortar con muchos de los modos tóxicos de la actualidad y legar un testimonio de amor y servicio. Los mayores somos los que tenemos las herramientas concretas y espirituales para cambiar el rumbo y, como somos tantos (y cada vez seremos más), sumarnos es nuestra responsabilidad.