La idea del último episodio de viaje en África surgió en marzo, durante una misa celebrada en París por el cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa. “La familia tradicional africana es la familia católica”, elogió en su homilía. Han pasado tres meses desde que la declaración romana ‘Fiducia supplicans’, que autorizaba las bendiciones a las parejas del mismo sexo, causara un gran revuelo en el continente africano. Esta protesta arrojó luz sobre una Iglesia africana conservadora en el plano moral y doctrinal, y dispuesta a defender su modelo frente a las evoluciones sociales del Viejo Continente.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- El Podcast de Vida Nueva: el tráfico y la trata como riesgo de los vulnerables
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Más allá de este escaparate, en el otro lado del Mediterráneo, las familias africanas se enfrentan también a grandes desafíos. Los divorcios aumentan, los nuevos matrimonios echan a los niños a la calle, la acogida de personas en “situación poco fiable” es muy difícil en las parroquias… La reunión continental del Sínodo sobre la sinodalidad ilustró así la urgencia de responder a estos problemas y desarrollar una pastoral familiar más abierta. Fueron todos estos factores los que me convencieron de sumergirme en las profundidades de Kinshasa, desde el centro de la ciudad hasta los barrios obreros, para sondear a los católicos que conocí sobre estas cuestiones.
La familia numerosa
Cuatro meses después, a 9.000 km de París. En el pequeño seminario Saint-Jean-Marie-Vianney de Kinshasa, altos orquestadores cantan a un volumen exagerado música congoleña; los barnums acogen a las parejas miembros de la ‘Comunidad Familiar Cristiana’ (CFC). Fundada en 1984 por Léon Botolo y su mujer Valentine para llevar una vida espiritual en familia “sin tener que recurrir a la protección de los fetiches”, la CFC se ha extendido por todo el país, hasta atravesar la diáspora en Europa y América. Su objetivo: apoyar la vida de pareja mediante sistemas de solidaridad y tiempos de espera.
A finales de la mañana, la principal atracción se encuentra en las barbacoas, a unos metros de allí, donde se hacen parrilladas, verduras y carnes de cabra para alimentar a los participantes. Para la ocasión, los hombres están en las mesas, lo que provoca la hilaridad general: “Habitualmente son las mujeres las que cocinan”, describe Léon Botolo. “Queríamos mostrar que los papeles podían cambiarse”, prosigue, sondeando la reacción de su interlocutor, para quien la escena no tiene nada de habitable. Alrededor de las rejas, varias mujeres vigilan a sus maridos.
Asistiendo a ellas, les pregunto qué representan los valores de la familia africana, que tantas personas han venerado en todo el continente. La Iglesia defiende el matrimonio, la unión indisoluble de un hombre y una mujer, que siempre ha sido la visión africana”, dijo Dorothée Mesa. En nuestra comunidad, decimos que el matrimonio es un lugar de felicidad. La familia es el elemento básico de la sociedad africana, ya sea reducida o extensa”, es decir, que incluye también a los primos, a los padres extranjeros y, a veces, incluso a los amigos de la infancia. Una concepción del clan que a veces incluye también el entorno, el pueblo, en el que se desarrolla la familia.
Debates sobre la homosexualidad
El sacerdote Matthieu Musua, capellán del CFC, se ha instalado un poco más lejos. “La familia está hecha para el crecimiento de la sociedad, para la vida”, afirma. Fustigando “la teoría del género” que impera en Occidente, observa la progresiva desaparición de los valores tradicionales en los hogares de Kinshasa. Esto está repercutiendo en la solidaridad familiar, pilar de la vida cotidiana congoleña. “Lo importante es no enfermar en la familia nuclear”, subraya. “Para nosotros, no son más que dos parejas unidas por el matrimonio, son dos familias enteras. Esta concepción extensiva construye un mundo en el que todos somos hermanos”. Antes de concluir señala que “África debe resistir para ser una oportunidad para el mundo”.
Durante este acontecimiento festivo, Europa no es ajena a las críticas. En el micro, los discursos de bienvenida promueven los “valores del matrimonio” frente a la “amenaza real de la homosexualidad”. Sentado frente a una mesa que comparte con su esposa Wizinir, Bernard Muper afirma: “Entre nosotros, si un hombre cohabita con otro hombre, es que hay brujería. Si los hombres se casan entre sí, no procrearán y Europa no tendrá habitantes. En África, necesitamos niños”.
Unos días más tarde, volví a encontrar a Léon Botolo en la iglesia de la Comunidad familiar cristiana, en la comuna de Kasa-Vubu. Detrás, decenas de niños juegan al fútbol en un terreno accidentado. El antiguo consultor del Consejo Pontificio para la Familia, en el Vaticano, matiza el análisis de un modelo amenazado por Occidente. “Hay retos importantes que afectan a la bioética y a la sociedad”, precisa. En las discusiones, a veces tengo la impresión de que los debates sobre la homosexualidad sirven para ocultar otros problemas.
Lúcido, Léon Botolo denuncia en cambio a los políticos y la corrupción que arrastran a la República Democrática del Congo y a su capital a la pobreza. Así, la “solidaridad” que caracteriza a la familia numerosa se desvanece en beneficio de la subsistencia individual. “Los verdaderos retos son internos. Los africanos, sobre todo en las aldeas, han perdido sus núcleos familiares. Es un desastre de nuestra propia cosecha”, se lamenta.
Explosión de divorcios y poligamia
En Kinshasa, es imposible no ver la miseria que se cierne sobre familias a menudo numerosas, con más de cinco hijos por mujer en promedio. La promiscuidad provoca conflictos, la pobreza hace que el número de divorcios aumente de forma explosiva desde hace varios años. ¿Y la Iglesia en todo esto? “En nuestra mentalidad, los llamados cristianos tendemos a juzgar sin comprender las heridas de la gente”, lamenta Léon Botolo. “La Iglesia africana sigue cerrada, las resistencias en materia de moral sexual y familiar son más fuertes que en el resto del mundo. Tenemos ejemplos de personas que abandonan las parroquias por la mirada que les dirigen algunos sacerdotes y laicos”.
Al oeste de la ciudad, en Ngaliema, el sacerdote Jean-Pierre Bwalwel abre las puertas del Instituto Saint-Eugène-de-Mazenod, donde se enseña teología a los ministros y disciplinas profanas a los laicos. “Debemos ir hacia los problemas del mundo”, estima este sacerdote oblato de María Inmaculada. “Las parejas están en crisis, ¿por qué querer a toda costa que se les acompañe a los sacramentos? Por encima de todo, ¡tenemos que apoyarles!”
Desde hace más de treinta años, el religioso estudia los problemas a los que se enfrentan las familias locales. “Empecé con un hombre que había abandonado el hogar familiar por la promiscuidad y la imposibilidad de tener intimidad con su mujer”, recuerda. Bwalwel pone así el acento en un tema importante en África: el enfoque pastoral de la poligamia. Un tema que, por primera vez, se menciona en un documento romano del Sínodo sobre la sinodalidad.
En Kinshasa lo llaman ‘bureaugamia’. “Es una poligamia geográfica: un hombre que no se siente a gusto en su relación o en su casa ya no vive en su casa. Se va del barrio para coger a otra mujer, como si tuviera una segunda oficina. Esto engendra contradicciones evidentes con la doctrina de la Iglesia. Y también problemas económicos, con la carga de varias familias”. Los testigos interrogados relatan en efecto un fenómeno de gran amplitud. Y si el Estado congoleño no autoriza las uniones poligámicas, al contrario que en los países de mayoría musulmana, los matrimonios concordados ofrecen mucha más solidaridad. ¿Cómo ayudar y acompañar a las familias, y a las mujeres, ante estas situaciones de hecho? Por el momento, a nivel diocesano o nacional, la cuestión parece quedar en suspenso, hasta el punto de que algunos clérigos se quejan de una forma de hipocresía.
Acogida de divorciados reagrupados
Sin embargo, para quienes optan por el divorcio, la acogida es aún más difícil. Esta es la experiencia de Jean-Marie Obwene, que me ha dado cita en la comuna de Gombe, en el centro de Kinshasa. Este empresario casi retraído relata la historia de su primer matrimonio y la marcha de su mujer “porque (ellos) no tenían hijos”. Muy implicado en su diócesis, se siente solo. “Me divorcié ante el Estado. Pero la Iglesia me abandonó durante cinco años. Lo único que hacían era citarme el derecho canónico. Ya no podía dirigir nada en la parroquia, aparte de ser el contable. Incluso la presidencia del coro está prohibida a los divorciados”.
¿Qué ha hecho? La acogida recibida en el seno de la Comunidad familiar cristiana, que le acompañó en sus segundas nupcias y le reconfortó espiritualmente. Son muchos los que lamentan la falta de iniciativas diocesanas y señalan la ausencia total de promoción de la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’ sobre la familia, que abre vías para los divorciados separados.
Si la fase continental del sínodo ha insistido tanto en la acogida de personas en situación irregular desde el punto de vista canónico, es porque la Iglesia, en África, ha invertido principalmente en el campo del matrimonio, ante la explosión del número de “uniones libres”, para “regularizar”, según el lema de los responsables católicos de Kinshasa.
La casa comunitaria de Chemin-Neuf domina las colinas de Righini, al sur de la ciudad. En un pequeño salón, las parejas miembros de la fraternidad Cana –la propuesta espiritual de la comunidad– reflexionan y discuten sobre las dificultades a las que se enfrentan los templos católicos de Kinshasa. Nicolas Mavula y su mujer Géraldine, los dos en la cincuentena, se alegran del apoyo que reciben en su fraternidad. “No sabíamos cómo rezar en pareja, ni rezar con nuestros hijos”, recuerdan tímidamente. Cana ayuda a las mujeres a encontrar su lugar en la pareja, colabora en la gestión económica del hogar y vigila a los niños.
La dote, obstáculo para las familias católicas
Ghislain Kabamba, de 42 años, menciona un problema más importante: el de la dote, un paso obligatorio para los jóvenes antes de ir a la iglesia. Hoy en día, casarse en Kinshasa es “casi imposible”. A veces, el pretendiente tiene que reunir hasta 5.000 dólares para sus suegros. Sin contar el exorbitante precio de las fiestas. “Un enorme problema para los cristianos”, resume Ghislain Kabamba. Su mujer, Yolande, de 30 años, posa su mano sobre el expediente de su casa en señal de afecto. “Tardamos seis años en regularizar nuestra situación”, dice. “Y mientras tanto, los convivientes nos sentimos excluidos por la Iglesia porque no podemos comulgar…”
Esta es la razón por la que las fraternidades de Cana, así como la Comunidad familiar cristiana, se han unido a esta iniciativa. “Hemos lanzado matrimonios colectivos para reducir los costes”, explica Anicet Mpiana, responsable nacional de Cana. “Y también podemos hacer de intermediarios para las negociaciones matrimonialesconsuetudinarias, para la dote”. Y permitir así a los concubinos casarse en la Iglesia y vivir según su fe. La fórmula funciona. A principios de julio, el CFC celebró 24 matrimonios en un día, durante una misa presidida por el arzobispo de Kinshasa. La diócesis también se inspira en los métodos de estas comunidades, alargando tres meses los preparativos del matrimonio para que se ajusten a sus modelos.
Para los católicos congoleños, el reto es grande. “Si la familia se rompe, la sociedad se rompe”, resume la hermana Josée Ngalula. La teóloga que ha participado como experta en el sínodo defiende un esfuerzo de la Iglesia, “desde la preparación al matrimonio”, con una “formación de consejeros conyugales”. Para esta religiosa de Saint-André, la familia será necesariamente una cuestión central para la Iglesia de Kinshasa, de África y del mundo. “No vamos a retroceder en los avances del Papa, ya hay que aplicarlos”, cree. “Pero la cuestión se plantea para los LGBT y las fundaciones familiares”, analiza Josée Ngalula. Ante las dificultades que se le plantean, el catolicismo africano tiene la ambición de expresar todas sus convicciones en los debates que se celebrarán en el seno de la Iglesia universal.
*Serie de artículos originalmente publicado en La Croix, ‘partner’ en francés de Vida Nueva