Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Dos más dos no son cuatro


Compartir

Ya he hablado alguna vez de las plantas que perdemos en verano cuando nos ausentamos de casa. Este año no sé si voy a perder alguna, pero, ciertamente, tengo una planta en enorme riesgo… La cuestión es que, en dos de mis plantas, algo tocadas (no hundidas aún), he encontrado brotes nuevos, verdes y fuertes. Ya sé que ocurre de vez en cuando, pero esta vez estoy asombrada con un brote nuevo que ha nacido de una de las ramas secas y alicaídas. No sé cómo es posible que esto ocurra: una misma raíz, la misma tierra, el mismo tiesto y hasta el mismo tallo. Pero uno parece estar moribundo y otro fuerte y naciente.



No sé cómo se cuida bien de ambas hojas: una verde y tierna, otra seca y débil. ¿Tengo que separarlas? ¿las corto? ¿las trasplanto? ¿espero que sigan su curso y que cada una haga lo que pueda? Algo de esto me recuerda al trigo y la cizaña, pero es otra cosa… He aprendido que el agua que a unos les da vida, a otros les ahoga. El sol que a unos les calienta, a otros les tuesta. El mismo saludo o el gesto cercano que una persona agradece, otra lo recibe como intromisión o exceso.

Toda la lucidez posible

Voy viendo que, la mayor parte de veces, a nosotros solo nos queda poner toda la lucidez posible (que es mucho y no tan fácil) y la mejor voluntad. Pero los efectos en el otro quedan bastante lejos de nuestra mano. Para bien y para mal.

¡Cuántas veces el mismo contexto, unas mismas condiciones de trabajo o el mismo golpe de suerte ha sido para uno el inicio de una nueva etapa y para otro su final! Somos un misterio. Cada uno de nosotros. Como esos mínimos y luminosos brotes que están saliendo en una planta aparentemente perdida. Somos una compleja red de estímulos, decisiones, vínculos, recuerdos, deseos, posibilidades, heridas… Las combinaciones son infinitas y siempre el resultado es mucho más que la suma de las partes.

Manos plantando una higuera

Una oportunidad

Esta dimensión de misterio, de imprevisión, de no poder controlar como un reloj la acción y su resultado, puede convencernos de que no hay nada que hacer y lo único inteligente es abandonarnos al ritmo impredecible de los acontecimientos. Sin embargo, quizá también puede ser una oportunidad para responsabilizarnos de nosotros mismos, de nuestras sequedades y nuestros brotes verdes, sin culpar al sol, al tiempo o a la mano del jardinero. Nada es fruto automático de la acción de otro o de otros. En cada uno de nosotros, nada es aséptico y objetivo: las cosas son como las vivimos, al menos en lo que toca a vivirlas como luz o como oscuridad, como ayuda o como tropiezo.

¿Será tiempo de brotar? Quizá me toque un extra de vida o quizá me toque despedirme de una planta querida. No lo sé. De lo que no hay duda es que todo forma parte de este misterio que es vivir, apostar, cuidar, dar y recibir. Unas veces ganas y otras pierdes. Así es. Pero siempre decides tú qué hacer con ello. Porque dos más dos casi nunca son cuatro.

Si pierdes alguna de las plantas que tanto has cuidado, habrá que agradecer, limpiar y recomenzar (¡qué cansado!). Y si un brote verde nace en medio de una planta seca, no la anegues llenándola de agua por salvar a la moribunda, no vaya a ser que pierdas también el nuevo tallo. ¡Qué fácil escribir estas líneas y qué difícil hacerlo!, ¿verdad?