Recientemente el papa Francisco escribió una carta sobre la importancia que tiene la lectura de libros para la formación de los sacerdotes. Sin embargo, es aplicable también a todos sin importar nuestra edad o condición, ya que la literatura es una posibilidad que tenemos -aunque cada vez menos frecuentada- para reconectar con la complejidad, riqueza y hondura humana, y también en el misterio de lo divino.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- El Podcast de Vida Nueva: el tráfico y la trata como riesgo de los vulnerables
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Los libros son un salvoconducto para liberarnos de la omnipotencia, simplificación, reducción y alienación actual que nos permite acceder a un estado personal y social de mayor sensibilidad, madurez, discernimiento, autotranscendencia, espiritualidad, conciencia, empatía, criterio y valoración de la diversidad. Los libros, en especial los más bellos y luminosos, pero también los más complejos y oscuros, son instrumentos del Espíritu Santo, que “sopla en todas partes y que hace nuevas todas las cosas”, porque revelan lo humano y nada de lo humano no puede ser redimido.
Rescatando la comunicación
Uno de los grandes males de este tiempo es el individualismo y la incapacidad de muchos de vivir realmente la vida. Simplemente, corren tras una compra, un trabajo, una meta, un deseo que nunca los sacia y se van deteriorando sus sentidos. Solo ven, escuchan, sienten y ponen atención en lo que les preocupa, piensan, planifican o dominan desde su ombligo.
El “Yo” crece tanto que desaparece el “Tú” y no hay posibilidad para un “Nosotros”. Basta ver las redes sociales, cuánto se magnifica la “selfie” y cómo se vende el “sí mismo”. La literatura, sostiene el Papa y todos los que han estudiado sus beneficios, nos permite ver lo que otros han visto, escuchar sus voces, revivir sus dramas, alegrías y anhelos y, así, sumar repertorio de “palabras” a la propia vida que enriquecen la empatía y la comunicación. El mundo es más ancho que nuestro ombligo y la vida mucho más compleja que Instagram. Los libros son verdaderos puentes de conexión.
Recolectora de semillas
Al leer novelas, poesías y escritos de la más diversa índole y procedencia, nos asemejamos a san Pablo, quien recogió sabiduría de los pueblos paganos para descubrir los abismos que nos habitan e iluminarlos con la figura de Cristo. Personalmente, cada vez me he ido haciendo más “fanática” de autores y textos que, como semillas, han crecido en mi interior formando un jardín inacabable y aparentemente caótico, con la flora más diversa que se pueda imaginar.
Son estas flores, arbustos, malezas y árboles los que inspiran mi alma, mente y corazón. En este parque me sumerjo sin tiempo, cultivando y cuidando cada “especie” porque son ellas las que me han ayudado a sanarme, a aprender, a ahondar en los derroteros de mi existencia y a sentirme profundamente acompañada.
La diosidencia literaria
No es de extrañar entonces que los libros lleguen en el momento preciso, sin necesidad de buscarlos. Son ellos los que nos salen al encuentro y debemos tener atenta la mirada para no desaprovecharlos, ya que es el mismo Espíritu Santo quien nos interpela en cada hoja. Siempre hay un mensaje oculto entre las líneas que otros han escrito; son ecos de cielo -inclusive los más oscuros y complejos por su contraste- que nos vienen a ensanchar el conocimiento para hacerlo más sabio; a tensionar la psique para hacerla más firme y flexible; y a insuflar el espíritu para hacerlo más amoroso y humilde; es el infinito encarnado en letras que visita nuestra finitud y la eleva a la eternidad.
Leer desde esta perspectiva deja de ser una opción más de diversión y se convierte en un requisito para la comprensión de nosotros mismos, los demás, la creación y acercarnos a Dios. Retomar la afición por los libros es un paso maravilloso y esperanzador para recuperar nuestra humanidad y la fe que tanta falta nos hace.