El Papa pone en valor a los misioneros en Papúa Nueva Guinea e invita a la Iglesia a imitarles en su “salida a las periferias”

El papa Francisco en Papúa Nueva Guinea

Después de un buen merecido descanso en la Nunciatura de Papúa Nueva Guinea, el Papa ha iniciado su sesión de tarde visitando en la Escuela Técnica de Cáritas a un nutrido grupo de chicos y chicas vestidos con sucintos trajes y vistosos penachos de plumas. Unos jóvenes que han interpretado con más entusiasmo que destreza dos danzas cantadas que reflejan sus ancestrales tradicionales musicales. Además de bailar y cantar ante Francisco, le han planteado, no sin un manifiesto embarazo, dos preguntas.



La primera la leyó un muchacho con menor capacidad: “¿Por qué no somos como los demás? ¿Hay esperanza para nosotros?”. Minutos después uno de los chicos que vive en la calle primero reconoció que creaban problemas vagando por las calles de la ciudad y siendo un peso para los demás y luego le interrogó: “¿Por qué no tenemos las mismas oportunidades de los otros muchachos y cómo podemos ser útiles para hacer nuestro mundo más bello y feliz?”.

Hablando a un público mayoritariamente infantil y juvenil, el pastor argentino no quiso extenderse en profundas reflexiones: “Ninguno de nosotros es como los demás, todos somos únicos ante Dios y cada uno tenemos una misión que nadie puede hacer en nuestro lugar. Lo que determina la felicidad es el amor, y esto también vale para el Papa. Nadie es un peso porque todos somos un tesoro, un bellísimo don de Dios. Tened siempre encendida la luz de la esperanza, la luz del amor”.

Para cerrar este simpático encuentro, ha bendecido a la muchachada y se ha detenido un buen rato saludando a muchos de los presentes que recordarán este día el resto de sus vidas.

Encuentro con los obispos

Un breve trayecto de apenas dos kilómetros animado por la presencia de un público entusiasta separaba al Papa del Santuario de María Auxiliadora, la ciudadela salesiana en Port Moresby, donde llegó poco antes de las seis de la tarde cuando empezaba a anochecer.

El bello templo, con una espléndida iluminación, estaba ocupado hasta la bandera por obispos, sacerdotes, religiosos/as, catequistas y seminaristas (cuyo número por cierto se ha duplicado en los últimos dos años) de Papúa Nueva Guinea y de las vecinas Islas Salomón.

Precedido por una serie de breves saludos del presidente de la Conferencia Episcopal, Otto Separy, de una monja, de un presbítero, de una catequista y de una delegada en el Sínodo de los Obispos, el Papa tomó la palabra reconociendo, en primer lugar, que “los misioneros llegaron a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles; de hecho algunos  intentos fracasaron. A pesar de eso no se rindieron y continuaron predicando el Evangelio”.

Se refirió, en concreto, a los dos mártires nacionales Juan Mazzuconi y Pedro To Rot. Este último padre de familia que se opuso al plan japonés de instaurar durante la ocupación la poligamia y fue beatificado en 1995 por san Juan Pablo II.

El papa Francisco en Papúa Nueva Guinea

El papa Francisco en Papúa Nueva Guinea

En sus consignas a la Iglesia neoguineana, les animó a “salir a las periferias, a las personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellos que viven en las zonas más remotas y abandonadas donde a menudo falta lo indispensable. Y también a las personas heridas tanto moral como físicamente a causa de prejuicios y las supersticiones”.

Mañana domingo, Jorge Mario Bergoglio, después de celebrar la Eucaristía en el estadio de la capital, viajará en un avión militar australiano a la ciudad costera de Vanimo, donde aterrizará después de dos horas y cuarto de vuelo. Mantendrá un encuentro abierto con todos los fieles de la diócesis (entre ellos miembros de las tribus Aitape y Mamberano) y otro privado con los misioneros cuya entrega apostólica ha sido fundamental en la historia de este Iglesia que no cesa de crecer.

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