Bisnieta del conde de Mayalde y descendiente de san Francisco de Borja y santa Teresa, Ana Finat, criada entre fincas y palacios y melliza de Casilda, la actual vizcondesa de Rías, compagina su trabajo como empresaria con el cuidado de su familia –es madre de cuatro hijos– y su labor evangelizadora. La conversión de la amiga de Tamara Falcó ocurrió en 2021, tras participar en un retiro en el Seminario de Vida en el Espíritu. En ese momento, decidió dejar su carrera como ‘influencer’ para dedicar sus redes sociales a dar a conocer a Dios. Su última aportación es el libro ‘Cuando conocí al Dios Amor’ (Arcopress).
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PREGUNTA.- ¿Qué significa Lourdes para usted?
RESPUESTA.- Las peregrinaciones a Lourdes, que comenzamos a realizar anualmente desde que tenía ocho años y nunca hemos interrumpido, fueron un medio fundamental por el cual la Virgen María derramó sobre mí abundantes gracias. Estoy convencida de que, sin esas visitas, incluso en los años más difíciles, no estaría donde me encuentro hoy.
Devoción a la Virgen
P.- Su devoción a la Virgen es evidente en sus redes sociales…
R.- Desde que tengo uso de razón, en mi casa siempre hubo gran devoción a la Virgen María. Tenemos una iglesia con nuestra propia imagen, la Virgen de la Blanca del Castañar, venerada en la familia desde el siglo XIV.
Recuerdo que, de pequeña, cuando estaba enferma o triste, cerraba los ojos e imaginaba que me acurrucaba en su regazo, y eso me daba alivio inmediato. Ahora sé que no era solo idea mía, sino que era Ella quien me enseñaba y preparaba para el futuro. Creo firmemente que nada es casualidad, todo forma parte del plan de Dios. Por eso, no me sorprende que, en uno de los momentos más difíciles de mi vida, nuestra Madre acudiera a recordarme que en sus brazos no hay nada que temer.
Milagrosa curación
P.- ¿Y cómo apareció el padre Pío en su vida?
R.- Fue por casualidad, mientras vivía en Barcelona. Mi madre, siempre piadosa, disfrutaba visitando iglesias, y así me llevó a recorrer varias en la parte antigua de la ciudad. En una de ellas, compramos un libro sobre la vida del padre Pío. Me impactó la imagen de la portada, con sus manos vendadas por los estigmas, y decidí leerlo, lo que me generó una profunda simpatía hacia él. Meses después, mi hija Mati, de un año, se atragantó con un trozo de pan y dejó de respirar, poniéndose morada. Cuando ya creía que había muerto, con su cuerpo inmóvil en mis brazos, desesperada, levanté la vista y dije: “Padre Pío, salva a mi hija”. Inmediatamente comenzó a moverse, a respirar y a recuperar el color, como si nada hubiera ocurrido.