En un mundo tan acelerado y vertiginoso donde todo se logra con un clic o una app de inteligencia artificial, cuesta armarse de paciencia y entregarse a los tiempos que escapan a nuestra voluntad. Hay procesos relacionales, físicos, laborales, espirituales, políticos y de todo orden que no podemos apurar y solo podemos aprender a reconocer los tiempos divinos que encierran para poderlos conjugar con templanza y magnanimidad.
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Y es que casi todo en la vida real (y no la ficción del consumo o el mundo virtual) tiene dinámicas más complejas de las que podemos analizar y, por ende, solo nos queda entregarnos confiados al misterio y creer que en el mañana tendremos las respuestas que hoy no podemos armar. En el fondo, es reconocer la verdad de lo que somos y dejar de engañarnos por el paradigma actual y la omnipotencia de creer que hasta el tiempo lo podemos controlar.
La mitología que nos envuelve
Estamos tan obnubilados por el poder de la ciencia, los datos, la tecnología, la razón y el voluntarismo individual, que nos inventamos mitos que nos arropan en una falsa seguridad, cuando en realidad estamos desnudos en nuestra fragilidad. Comparto un ejemplo personal. Hace más de cuatro meses que me quebré los dos brazos y he sido absolutamente aplicada en el reposo, en los remedios y en los ejercicios que me debían sanar. Sin embargo, el dolor persiste y los exámenes revelan que mis huesos no han soldado y que debo esperar. De golpe tuve que despertar a la realidad: ni la medicina ni mi rigurosidad pueden controlar la curación y hay mil hilos que no puedo asir ni tirar; solo seguir tejiendo para ver qué saldrá.
Soltar, dejarse conducir y confiar en los tiempos de Dios son verbos recurrentes en el marketing espiritual, pero otra cosa es experimentarlos en carne propia, como cuando un pueblo no puede tener un Gobierno legítimo, se vive una enfermedad terminal, una relación no avanza, la sanación se complejiza o no logras concretar un proyecto laboral. Qué decir de la guerra declarada o no en tantos países, de la indiferencia frente al calentamiento global, de la crisis migratoria, del narcotráfico y tantos males que nos rodean y que no podemos resolver con nuestras capacidades. La entrega consiste entonces en mantener la esperanza y ofrecer todos los sufrimientos, pérdidas, renuncias y muertes que podamos experimentar. Dejamos fuera el optimismo y solo nos sostiene la fe en que Dios sabe más.
Job modernos
Frente a la desolación personal y social que se extienden muchas veces como olas de mar, erosionando nuestra fortaleza y alegría vital, tenemos que permanecer fieles como lo hizo Job y esperar activamente en el corazón de Dios/Amor. Sin darnos cuenta, en medio del sufrimiento también van prendidos vínculos bonitos y bendiciones que no habríamos podido coger sin la adversidad.
El alma, misteriosamente, como las rocas de la costa que reciben el feroz oleaje del océano, se va lavando, esculpiendo y llegando a su esencia más radical fraternizando con las demás. La belleza se empieza a hacer evidente y la luz brilla en ellas con mayor intensidad en cada uno y en la comunidad.
Más fecundos que un algoritmo
Los tiempos divinos, es decir la vida misma, claramente no son los nuestros porque son mucho más fecundos y trascendentes que un algoritmo y pertenecen a una dimensión que no podemos contemplar. Confiar en que somos amados, estamos acompañados y estamos desarrollando “músculos” y lazos eternos con Dios, nos puede ayudar a tener paciencia, a vivir el presente con alegría y con paz y a tener la certeza de que estamos viviendo una tensión que va a generar más vida y abundancia al final. Puede que no sea ni siquiera en este plano terrenal, pero sí en el más allá que se comienza a cultivar acá.