Tal como mencioné en la entrada previa, y siguiendo la sugerencia de un artículo reciente del NEJM, sería conveniente conmemorar de algún modo todas las pérdidas de la Covid-19. Recordar mediante algún gesto simbólico a quienes ya no están. Lo contrario será evitar el pasado, aislarse del mismo e ignorar sus efectos sobre el presente.
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A la hora de acordar cómo podría ser esta conmemoración, uno de los problemas es que casi todo lo que rodea a la Covid-19 es conflictivo: desconocemos su origen, existe un profundo escepticismo sobre cómo se gestionó a nivel nacional e internacional, las medidas de salud pública y la violencia que se ejerció sobre las libertades y derechos civiles han sido cuestionadas por los tribunales. Cualquier debate sobre estos puntos puede teñirse de razones o argumentos partidistas y de ausencia casi total de criterios científicos, máxime cuando la misma ciencia puede ser falseada o manipulada.
Reconocer las dificultades
Por todo ello, no sería fácil ponerse de acuerdo en cómo y cuándo recordar. Sin embargo, reconocer las dificultades no impide a los autores del artículo del NEJM proponer una forma concreta de conmemoración, mediante un momento de silencio. Esta forma de recuerdo es respetuosa, pacífica, conocida por todos y aceptada. Puede hacerse en cualquier lugar y momento, y adquiere un alto valor simbólico en lugares donde se reúnen multitudes, como los campos de fútbol.
Así recordaríamos y honraríamos a quienes murieron o enfermaron gravemente, no pocos con secuelas permanentes; a quienes perdieron a seres queridos, aunque ellos no enfermasen (la mayoría de nosotros tuvimos familiares o amigos que murieron, tal fue la gravedad de la pandemia en nuestra sociedad). También a los comercios, fábricas y empresas que quebraron, o no pudieron reabrir tras los confinamientos. Nuestra sociedad nunca volverá a ser la misma, y establecer la paz con el pasado puede ayudar a reconciliarnos con el trauma colectivo sufrido. En ese momento de silencio, evitar polémicas o culpas, acudir a nuestra humanidad común y considerar en nuestro interior el sufrimiento experimentado y compartido.
Una propuesta concreta
El día 15 de marzo de 2020 comenzó en nuestro país un confinamiento que se prolongó hasta el 21 de junio. El 15 de marzo de 2025, cuando se cumplan cinco años, sería un momento adecuado para recogernos en nuestro interior y recordar a los ausentes. Detenernos unos minutos y evocar todo lo vivido. Quizás los creyentes podamos rezar y los no creyentes dirigirse a su interior; todos juntos. En un gesto simbólico de la sociedad civil, la misma que sufrió, soportó y murió en aquellos meses aciagos.
Hago desde estas líneas la propuesta, con la esperanza de que alguien con mayor proyección e influencia la recoja y disemine. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por nuestro país y por nuestro mundo.