Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Carreteras secundarias


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Se me ocurren tres motivos para viajar por carreteras secundarias:

  • Donde quieres llegar solo tiene acceso por ese camino. En este caso, te moleste o no, lo tomarás con calma porque te está llevando donde quieres ir.
  • Te has perdido. Merece la pena que no te inquietes demasiado y disfrutes lo posible hasta que encuentres la manera de volver a la ruta que buscabas. Mientras tanto, si estás atento, seguro que descubres alguna sorpresa que de otro modo nunca hubieras disfrutado.
  • Tienes tiempo y ganas de dar más vueltas, aunque hay una carretera principal que te llevaría antes a tu destino. Entonces sí, seguramente lo disfrutarás de inicio a fin, aunque el estado de la carretera no siempre sea tan bueno, tengas que ir más despacio o te toque seguir por un buen rato tras un camión, un tractor o algún usuario un poco más lento de lo normal.


Sea por lo que sea, viajar por carreteras secundarias hace distinto el viaje. Encuentras paisajes que de otro modo no verías; descubres lugares que no están de paso de nada, a los que solo accedes si los buscas. Además, tienes que conducir de otro modo: tienes que poner más atención, queda en tus manos mayor margen de decisión, ya aciertes o te equivoques.

Sin GPS

De vez en cuando me gusta elegir carreteras secundarias, aunque tarde más en llegar. Este verano me perdí y el GPS me llevó por un desvío que no me apetecía nada en ese momento. El enfado inicial enseguida dio paso a la preocupación: iba sin gasolina y no aparecía ninguna estación en la carretera; salir a alguna población en su búsqueda era todo un riesgo, tal como llevaba de vacío el depósito. El paisaje era precioso, en plena montaña, un día soleado de verano que fue nublándose a medida que subía aquel puerto. Solo fui capaz de disfrutarlo cuando pude echar gasolina (ese pánico que nos da quedarnos aislados, inmóviles, sin recursos). El recorrido que yo había previsto hacer en unos 40 minutos, me llevó casi dos horas. Cuando por fin llegué, en el último tramo de autovía, me di cuenta de cuanto había desaprovechado mi error: puse toda mi energía en el enfado conmigo misma, el miedo por quedarme sin gasolina (exceso de confianza o falta de previsión mía) y el nerviosismo por ver que irremediablemente iba a llegar tarde.

Al día siguiente, hice el recorrido de vuelta por esas carreteras secundarias, por puro gusto, por propia elección. Y tomé uno de los cafés más ricos de este verano con una tortilla casera de premio grande. Charlé con un chico que salió a poner la gasolina y me contó sobre la zona y cómo estamos todos demasiado nerviosos y que no merece la pena discutir por tonterías cuando la vida tiene asuntos tan importantes. Conduje más despacio y estuve un rato tirada al sol sobre hierba verde.

Carretera Curvas

Igual tenemos muchas prisas con demasiada frecuencia. Queremos un camino directo y seguro, como si eso fuera posible. Queremos llegar a las metas marcadas pronto y rápidamente, sin que nadie nos moleste poniéndose delante a su propia velocidad. Y mientras tanto nos perdemos paisajes, encuentros no buscados, tiempo disfrutado y no consumido. Igual nos pasa algo parecido con las personas, con nuestras decisiones, con el modo de conducirnos. Quizá, si frecuentara algo más los caminos secundarios, me impacientaría menos con llegar y disfrutaría más del “mientras tanto”. Igual correría menos y, a lo mejor, hasta me ponían menos multas.

Voy a ver si este año me lo aplico.