Otro de los elementos clave para construir la paz es buscar y promover la reconciliación entre las personas, entre las instituciones, entre los países. Una verdadera paz “sólo puede lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo” (‘Fratelli tutti’ 229). Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente.
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Las discrepancias entre diversos sectores “siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia” (‘Fratelli tutti’ 244) La reconciliación no huye de los problemas, sino que los afronta,“toma el toro por los cuernos” para poder construir armonía donde antes había conflicto, para llegar a posturas en las que sea posible la convivencia en la divergencia.
Otra de las cuestiones esenciales en las que debemos trabajar los cristianos como constructores de paz es la de edificar una estructura espiritual sustentada en el amor. Esto significa aceptar, de una manera radical, que todos somos iguales e hijos de Dios porque todos somos templos del Espíritu. Solo desde una espiritualidad que considera a todos iguales y hermanos, podemos construir la paz.
Sabemos que el Espíritu de Dios anida en todas las personas y que cualquier persona enriquece la creación. Por ello el respeto hacia todos y la gratitud es lo que construye ese mundo del que todos nos sintamos parte. Esta radical igualdad entre todas las personas es una de las características del cristianismo que nos lleva de manera directa a la promoción de la fe.
Nuestros frutos
Al final, una pregunta que se nos puede hacer cuando tenemos que dar testimonio de nuestra fe. ¿Sois verdaderos constructores de paz en vuestras comunidades? Para contestar a esta pregunta no hay más que ver los frutos que damos en el campo de la paz. “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo; y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno saca lo bueno del buen tesoro del corazón, y el malo, del malo saca lo malo, pues su boca habla de lo que rebosa el corazón” (Lucas 6, 42-45). Solamente observando si somos o no constructores de paz, podemos ver si nuestra fe es profunda y bien arraigada o si, por el contrario, tenemos una fe endeble que no da los frutos requeridos.
Por eso debemos preguntarnos: ¿somos realmente constructores de paz en nuestros entornos más inmediatos? Observar nuestros frutos es la manera de contestar a esta pregunta. Nuestra fe se ve en nuestros frutos, en aquello que hacemos para construir ese mundo de paz y para ofrecer la paz a quienes conviven con nosotros.