El amor primero


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Sus padres no sabían qué le podía estar pasando. Estaba sin ánimo, viviendo en una rutina desesperanzada, con una especie de desgana que le impedía mantener la felicidad de años atrás. Un profesor de universidad me comentaba que me extrañaría la cantidad de alumnos que necesitaba de psicólogos o psiquiatras. Como si no existiera un horizonte que les pudiera ilusionar y animar a seguir luchando. Esta misma tarde me decía un joven que terminó la universidad hace dos años: de mis siete amigos, solo dos hacemos lo que realmente nos gusta. El resto ha buscado cómo vivir mejor y no tanto realizarse.



Me he quedado pensativo. Me doy cuenta de que parecido a esto pasa también en algunas de nuestras comunidades cristianas. Pierden la fuerza, el gozo, y se quedan mortecinas, apalancadas en una triste inconsciencia. En estas últimas décadas se han escrito demasiados libros de autoayuda que nos animan a despertar a una vida diferente. Hay también grupos de terapia para encontrarnos a nosotros mismos y realizarnos de una manera eficiente. Y convivencias para el despertar espiritual. Y bastantes espiritualidades sin Dios. Pero creo que aún no hemos puesto el dedo en nuestra propia llaga.

Monjas jóvenes en el descanso de un congreso de Vida Religiosa

A veces, tendríamos que pararnos y preguntarnos: ¿por qué creo?, ¿para qué creo?, ¿para quién creo? En el fondo, se trata de buscar el origen y la radicalidad de nuestro amor primero. Rápidamente, surge entonces una palabra: vocación. Denostada palabra, aparcada para el uso privado en la vida de noviciados, en la vida religiosa, de seminaristas y curas. Y una pregunta un tanto almibarada: ¿así que me han dicho que tienes vocación? La respuesta debería ser: ¿y usted no?

Vocación

Nos cuesta creer que no hay fe si no hay comunidad, que no hay vocación clara si no hay discernimiento y personas que te acompañen en el recorrido. Cuando me pregunto ¿dónde puedo servir más y mejor?, simplemente por ser una persona que he recibido el bautismo y he entrado a formar parte de la Iglesia, debo de sentir, razonar y orar para qué he sido llamado en medio de esta sociedad y en este momento de la historia que me ha tocado vivir.

Cuando siento un gozo profundo, por encima de cualquier otro tipo de satisfacción o realización personal, es que seguramente he respondido a la llamada que el Señor me ha hecho. Y no lo dudes: siempre hay una vocación hecha para ti, a tu medida.

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