Tribuna

Una palabra que sana en nuestras comunidades

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“Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo;  mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8).

Todos conocemos de una u otra manera la Palabra de Dios, la mediamos a diario, la reflexionamos, nos encontramos con ella, porque está viva la presencia de Dios que permea toda la escritura.

No podemos dejar de leer y reflexionar en torno a la misma Palabra que penetra hasta lo más profundo del corazón, como espada de doble filo.  Incluso existen palabras que llenan de sentido la misma vida, por ejemplo, puede ser que uno no recuerde toda la enseñanza de un predicador o un maestro, pero recuerda una palabra que marco la vida.



Esas palabras que quedan grabadas en el corazón, en la memoria y que nos traen imágenes de recuerdos que nos confortan, nos confrontan o nos ayudan a salir de alguna situación presente, pero la palabra sigue siendo la que guía nuestra vida.

El poder de la palabra

Las palabras tienen poder, es una afirmación fuerte pero real, invertir en darle sentido y contextualizarlo en la cultura es una labor bella, saborear la palabra es un propósito, “la gran virtud de la palabra es, a la vez, su gran estigma. Su fabulosa capacidad para construir mundos coherentes nos permite expresar lo que tenemos y anhelamos, pero también otorga a la historia un impulso propio” (Sigman, Mariano, el poder de las palabras, ed. Nomos. Pág 33).

Muchos dirán que, en los recuerdos, otros que en las palabras y sus sentidos negativos, pero después de muchas reflexiones y escritos, he podido darme cuenta que donde se sufre más es en el corazón emocional o de los recuerdos, esto es, la memoria afectiva que nos traslada a los sufrimientos del pasado  que muchas veces nos hacen sentir tristes, melancólicos, nostálgicos o incluso a veces hasta llorar por un dolor que no ha sanado, un familiar que se fue, una persona que ya no hace parte del presente de nuestra vida o un dolor no liberado.

Pero el mejor ejemplo de sanación y perdón lo encontramos en Jesús, aun sabiendo quien lo iba a traicionar y entregar (Judas), quien lo iba a negar (Pedro), Jesús no guardó rencor, solo perdón, no podía guardar nada en su corazón, porque si corazón conocía y sabía el cáliz que debía pasar.

Escribir

El amor sana las heridas

Como sanar mis heridas más profundas, todos deberíamos reconocer las cinco heridas: rechazo, abandono, humillación, traición y la injusticia (Cfr. Lise Borbeau, las cinco heridas de la infancia, ed. Sirio, 2016).

No solamente las heridas externas, sino las internas, las que afectan a todos en el corazón y los recuerdos del pasado que nos han herido, ya sea por el pecado, por cualquier situación de mi pasado o mi presente. Pero Jesús sana cualquier sea la causa de la herida, que en su mayoría se da por la raíz del desamor, porque el amor de Jesús es incondicional, es gratuito, simplemente se da.

Los seres humanos nacimos para amar. Jesús sana desde nuestros cinco sentidos, porque todos tenemos inteligencia emocional o memoria afectiva, el Señor nos quiere sanar desde nuestra memoria porque muchas veces los mismos sentidos nos recuerdan las heridas o el dolor de nuestra falta de perdón o sanación en la vida.

En los ejercicios que hago con muchas personas, me ha servido la escritura, porque ella es una forma de liberación de aquel dolor que llevamos por dentro, escribir los sentimientos hacía esa persona que nos hizo daño se convierte en un paso de liberación.

Todo es un proceso, contiene unos pasos claves, porque no nos duele tanto el momento puntual del acto, sino la perdida de la armonía o confianza de aquel acto puntual.

La idea clave es escribir, aceptar el dolor, perdonar de corazón y soltar, solo así podemos volver a recuperar la confianza perdida y sanar el corazón. Jesús no se quedó con el ciclo inconcluso, siempre cerraba los ciclos, como el caso de Pedro, tres veces lo negó, ya le había advertido que antes que cantara el gallo lo iba a negar tres veces.

Pedro tiene una confrontación con esa advertencia de Jesús; pero lo mejor es que Jesús resucitado se le presenta y le dice tres veces: ¿Me amas? La tercera vez, se lamenta, en entristece y dice: “Señor tú sabes todo” (Juan 21, 17b) (¿Dónde le sana el dolor?).

Es en el recuerdo que sana su corazón afectivo y emocional, la inteligencia emocional, porque lo perdona, lo sana y le quita ese dolor o esa pena de haberlo negado tres veces con las mismas tres preguntas con su respectiva respuesta. Cierra el ciclo del perdón con la relación de Maestro a discípulo con Pedro.

¿Para qué lo sanó?

Para que dirigiera la Iglesia, la guiara, fuera sanado para sanar, el texto dice lo cualifico para ser buen pastor de la comunidad: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17c).

“La cercanía con Jesús nos invita a no temer a ninguna de estas horas no porque somos fuertes, sino porque lo miramos a Él, nos aferramos a Él y le decimos: ¡Señor no me dejes caer en la tentación! Hazme comprender que estoy viviendo un momento importante en mi vida y que tú estás conmigo para probar mi fe y mi amor” (Martini, Carlo María, la fuerza de la debilidad, reflexiones sobre Job, ed. Sal Terrae, 2014. Pág. 85).

En fin, desde una lectura sobre san Juan Eudes sobre la finalidad del ser humano en la tierra, en medio de su fragilidad y la misma santidad como propósito de todo buen cristiano: “Durante nuestro tránsito por la tierra Dios nos ha señalado la misma vocación que infundió en los santos patriarcas, los santos profetas, los apóstoles y los mártires, los santos pastores y sacerdotes y todos los otros santos… Eran hombres como nosotros, hechos de carne y hueso, frágiles como nosotros, expuestos a los mismos peligros y tentaciones que nosotros… El que los hizo santos tiene un deseo infinito de santificarnos… Propongámonos caminar por la senda de los santos, leer y estudiar su vida, en especial los que tuvieron la misma profesión que nosotros, e imitémoslos” (San Juan Eudes, 1905, OC 11, 14.31.44).


Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios

Foto: Pixabay