(Josep Oriol Pujol Humet-Director General Fundación Pere Tarrés) Son numerosas las personas que en diferentes ámbitos eclesiales asumen responsabilidades de dirección y gestión. La finalidad para la que son nombrados es liderar servicios que tienen una finalidad eminentemente pastoral o pretenden ser una presencia de la Iglesia en la sociedad. La misión que se les encomienda es cuidar un eslabón más de la gran red que suponen las organizaciones eclesiales constituidas a lo largo de la historia. La importancia de la comunidad cristiana, de la Iglesia, es lo suficientemente importante como para no infravalorar aspectos materiales y de gestión de cada proyecto. De aquí la necesidad de contar con personas preparadas para la dirección.
El profundo humanismo de la propuesta evangélica, unido a la vivencia de la fe, pueden llevarnos a considerar irrelevantes aspectos como la gestión, los aspectos de infraestructuras o la economía. El sentido de austeridad del mensaje cristiano favorece un escaso interés por las cuestiones materiales. Esta insuficiente preocupación por la administración y el patrimonio, fruto de una inexacta interpretación del concepto de pobreza evangélica, puede descapitalizar las comunidades cristianas y, con ellas, al conjunto de la Iglesia. Es, pues, fundamental que los responsables de proyectos eclesiales asuman la importancia de ocuparse con diligencia de los bienes materiales y favorecer una presencia normalizada en la sociedad.
Para obtener un rendimiento correcto, en sentido amplio, del patrimonio de una comunidad; sea esta parroquial, de una congregación religiosa o incluso de ámbito diocesano, hace falta una visión de conjunto, perspectiva en el tiempo y empaparnos de la parábola de los talentos. El principal fruto que deben dar los elementos materiales de que disponemos es pastoral, evangelizador y social como obra de Iglesia. Para poder dar este rendimiento, el patrimonio ha de estar bien conservado, debe ser atractivo, ha de verse en sintonía con los tiempos actuales. Además, debemos gestionar el patrimonio con la conciencia de que pertenece a una Iglesia que es universal y con perspectiva de generaciones.
Desgraciadamente, la falta de visión de conjunto, la inmediatez, la falta de compromiso con otros eslabones de la red –sean otras comunidades o aquellos que nos sucederán en la fe–, pueden conducir a actuar desde la irresponsabilidad. La omisión es también una traición al amor y a la comunidad como organización humana de los seguidores de Cristo. Un liderazgo con visión de conjunto puede facilitar el uso fraternal de estas propiedades humanas. La omisión es una falta de graves consecuencias futuras. Es imprescindible tomar las decisiones con visión de futuro y perspectiva global, aunque no sea en el momento demasiado cómoda para nuestra administración concreta.
Las comunidades cristianas, las escuelas, los servicios eclesiales estamos en el mundo y desde el testimonio de nuestras creencias tenemos que actuar haciéndonos presentes y abiertos en la sociedad. Pero… ¿El estado de algunos locales que empobrecen la actividad que en ellos se lleva a cabo son un verdadero símbolo de la pobreza evangélica en la que creemos? ¿La crítica por la crítica a la consolidación o construcción de nuevos inmuebles, facilita la continuidad material del proyecto eclesial?
Superemos la crítica sobre la acción de los otros, centrémonos en aquello verdaderamente importante, pero no olvidemos que la infraestructura es necesaria, es la imagen externa de aquello que contiene y, con austeridad y modernidad, hemos de cuidarla. Es importante delegar la administración en personas buenas pero capaces, preparadas, con visión de conjunto y disposición para tomar, si son necesarias, decisiones incómodas. Es responsabilidad de toda la comunidad, y en especial de sus administradores, gestionar con responsabilidad y perspectiva los elementos materiales que nos han sido dados. Forma parte de nuestra responsabilidad en esta Iglesia universal con más de 2000 años de historia y que se proyecta hacia el futuro.