Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Orientaciones para el Sínodo de la Sinodalidad


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‘Ad portas’ de este encuentro único en la historia de la Iglesia, que hoy mismo empieza en su segunda y definitiva edición, parece no ser casualidad cómo el evangelio y las palabras del Señor iluminan el modo de relación y cómo debe ser siempre toda reunión que busque definir una visión renovadora de la Iglesia, la familia, la empresa o cualquier otra institución.



No buscar ser los primeros, ser como niños y saber que todos estamos en el mismo bando y no en contra; esos son los criterios que nos enseña Dios para orientar este Sínodo en su última etapa.

Una tentación muy humana

Buscar ser el primero, decir la última palabra, ser el más sabio, el más poderoso, el más inteligente, el mejor líder, el más fuerte, el más lleno del Espíritu, el que “corte el queque”, parece ser una tentación inherente a nuestra condición humana, en especial en muchos hombres que así han validado su ser por generaciones. Muy por el contrario, ser el último no solo implica el servicio, sino la capacidad de escuchar con atención, desapegarse del honor, no requerir la validación ni figuración pública y estar ciertos en que nuestro aporte es real. Eso sí, sabiendo que este es uno más y que, cuando sea necesario, se debe manifestar, pero con apertura y flexibilidad para que el espíritu Santo lo tome y haga la mezcla final.

El que “corte el queque” no debe ser una persona en particular, tampoco una tendencia o movimiento religioso en particular, sino el Espíritu Santo que dirime, ordena e inspira la voluntad de Dios, tomando en cuenta los tiempos, las necesidades más urgentes del pueblo y cómo se les puede cuidar y bendecir con alegría y con paz.

Sinodo

Ser como niños

Ser como niños también es una orientación vital en el sentido de ser inocentes, honestos y mostrar todo lo que somos, sin dejarnos contaminar por intrigas, bandos, estrategias, manipulaciones, intereses personales o políticas que no sean amar y servir a los demás. Sabemos que donde hay humano “se humanea”, pero, en la medida en que primen la transparencia, la confianza, la intención de amar, de buscar el bien mayor de la humanidad, de promover un “juego limpio” y fecundo, este  Sínodo de la Sinodalidad podrá cambiar la historia de nuestra Iglesia y renovarse desde dentro hacia afuera para nutrir a una humanidad hambrienta de sentido, amor y coherencia con el mensaje y testimonio de Jesús.

Hay que recordar, como dice el evangelio, que todos están en el mismo bando y que no están en contra “de nosotros”. Esta conciencia permitirá ver la verdad que el otro vive y propone, sin escandalizarse ni atrincherarse en el modo de pensar propio. La diversidad de carismas, aproximaciones a la fe, culturas, experiencias, heridas y dones son el verdadero cuerpo místico de la Iglesia y no se puede subestimar a ninguno, ni menos mutilarlo o callarlo.

Pecado de soberbia

El menosprecio de otra postura solo habla de nuestro pecado de soberbia y vanidad y pone en jaque nuestra verdadera misión de aportar un “ladrillo” en la catedral. Nadie se puede adueñar de ella ni pensar que su modo de edificarla es la única imponiendo su verdad. La verdad solo está en Dios y Él habita a cada persona. Solo en la suma dialogante y fraterna nos podemos acercar un poco más a su voluntad. Progresistas y conservadores, hombres y mujeres, mayores y jóvenes, europeos, africanos, latinoamericanos y asiáticos, consagrados y laicos, deben aprender a funcionar como un solo cuerpo y escucharse atentamente para la salud propia y de los que deben orientar.