Reflexiones sobre el poder


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En la entrada pasada reflexionaba sobre cómo la enfermedad puede en ocasiones privarnos del poder decidir sobre nosotros mismos, cuidarnos, disponer de nuestro tiempo. En el hospital, estas capacidades a veces se pierden: nos cuidan otros, nuestros tiempos los deciden otros (tratamientos, comidas, exploraciones complementarias).



Más allá del poder de la persona para decidir sobre sí misma, se halla el poder económico, social y político, que condiciona nuestro trabajo, bienestar y, en ocasiones, la dinámica de la sociedad en la que vivimos.

Advertencias de Jesús

Leyendo los Evangelios, una de las cosas que queda más clara son las advertencias de Jesús ante el deseo de poder. En su libro “Ética de Cristo”, José María Castillo lo explica de forma minuciosa y desde su profunda teología. Carezco de su preparación y sabiduría, pero la medicina me ha dado oportunidad de reflexionar sobre lo humano.

Así, puede afirmarse que el ansia de poder se halla detrás de numerosas enfermedades, sobre todo psicosomáticas. Por conseguirlo, hay personas que mienten, engañan y anteponen su interés a la consecución del bien común. Esta dinámica empobrece a un país y nos degrada como sociedad.

Médico general

Lavar los pies, tarea de esclavos

El mundo cristiano y eclesial no es ajeno a este tipo de enfermedad contagiosa. En todas las instituciones y grupos hay personas a quienes gusta figurar, detentar responsabilidades y dictar normas. En numerosas ocasiones, se disfrazan bajo apariencia y argumento de prestar un servicio, pero esto puede ser una trampa. Jesús fue radical en la denuncia sobre la búsqueda de poder. No puede haber gesto simbólico más explícito que lavar los pies, una función reservada a los esclavos.

En Jesús no hay nunca ansia de poder; no es esa la clave de lectura de su vida y su praxis, sino la lucha contra el sufrimiento. En último término, el enfrentamiento con los poderes religiosos y políticos de su tiempo –sacerdotes, escribas y fariseos, Roma– lo lleva a la cruz.

Una perversión en sí misma

Cuesta asumir la estrategia de ofrecimiento y amor desarmado que eligió Jesús (y más adelante seguidores suyos como monseñor Romero); la renuncia radical a la violencia y al poder como estrategia para modificar las estructuras injustas que denunciaron y a las que se enfrentaron, y lo cual les costó la vida. La violencia, sea dinamitera o verbal, es una perversión en sí misma y no conduce al fin que dice perseguir.

De jóvenes queríamos cambiar la sociedad, y ahora los años y la experiencia nos han enseñado –al menos a mí– que eso está bien, pero que sobre todo hay que cambiarse a uno mismo y mejorar el pequeño mundo en el que uno vive. Hemos visto sustituir regímenes injustos por otros que no lo han sido menos, llegar al poder político a personas que decían querer mejorar la sociedad y la han empeorado. Se nos puso como ejemplo y modelo a revolucionarios que, en realidad, fueron tan asesinos y torturadores como los dictadores a los que derrocaron, o todavía más.