Azul maternidad

‘Velum protector II’ (2024) Soledad Córdoba

Soledad Córdoba (Avilés, 1977) reviste el Museo Lázaro Galdiano, en Madrid, de azul cobalto, azul terciopelo, azul maternidad, azul sacro: “Azul que es vida, que es nacimiento, que es protector y que es energía”, como ella describe. La “artista, madre y doctora en Bellas Artes” –según se define– despliega en ‘Mater Oblatio’ lo que llama “un diario vital y universal de maternar”, una decena de composiciones fotográficas que relatan la experiencia de ser madre con una mirada moderna, atrevida, valiente, y que enlaza con el arte sacro medieval.



“El nacimiento de mi hijo se configuró como un corrimiento de placas tectónicas que modificaron mi identidad. Creo que ha sido la experiencia más cercana a sentir un renacer”, expone la artista. “El yo se desplaza, se trastoca –prosigue–, se solapa con el yo anterior para dar a luz a dos seres, un ser inmaduro y dependiente, y una mujer que deja su conocida identidad para ser una nueva desconocida de sí misma”.

Y lo que se ve es, como define la comisaria de la muestra, Zara Fernández de Moya, “duelos, desprendimientos, construcción, deconstrucción”, porque la maternidad tiene contrapuntos: “La lucha interna es brutal, seguir siendo la de antes ante la imposibilidad de las emociones, las obligaciones y las necesidades. Porque criar se convierte en una labor por la supervivencia del otro y de una misma”, relata Córdoba.

Lo describe minuciosamente Fernández de Moya: “Hilar, crear y mantener la vida en una obra impregnada del azul-sacro de la Gran Madre y las representaciones arquetípicas de lo maternal protector y sustentador; el lugar de la transformación mágica, del renacer. Pero también del agotamiento y las cargas, los miedos, las pérdidas o las identidades que aparecen y desaparecen en el proceso de crianza”.

‘Velum protector’

En la sala pórtico del Lázaro Galdiano habita la fotografía en gran formato –’Velum protector II’ (2024)– de una madre que envuelve a su hijo con “un manto jardín” que no puede ser de otro color que azul cobalto, pero sobre ellos llueven cristales también azules, que se extienden alrededor por el suelo. “Las imágenes que surgen son poemas visuales a través del autorretrato –asume la artista–. Cada una presentará acciones rituales cargadas de gran simbolismo”.

El ”manto jardín” da cobijo y abrigo como “centro salvífico y protector, hogar originario”, según describe Fernández de Moya. “Arraigados el uno en el otro, madre e hijo se encuentran a salvo de la inmensidad y el vacío del mundo”, precisa acerca de una obra que trae a la modernidad las vírgenes protectoras, especialmente las del gótico, y, a su vez, es el eje sobre la que gira todo el proyecto expositivo. “Es la concavidad del refugio de ‘Mater Oblatio’ –añade la comisaria–, ofrenda de Soledad Córdoba con la que vuelve a construir su singular poética para reflexionar sobre la maternidad como experiencia transformadora”.

Soledad_Cordoba_VIGIA_2

En la segunda planta, en la galería, en la Sala XXIX, Soledad Córdoba ha instalado la serie ‘Cyclus Lunaris’, fotografías impresas en papel japonés “a modo de tapices y visiones poéticas del ciclo de la vida”, como apunta. Las imágenes –como ‘Vigía II’ (2024), una madre con una careta de ojos infinitos– reverberan, impactan.

“A través de un lenguaje universal, se habla de los cuidados, de la protección, del amor incondicional, de la generosidad, del paso del tiempo, del aislamiento, de la no visibilidad, de lo lúdico, de los deseos, los miedos, el dolor, el desprendimiento, el vacío, el agotamiento, el compromiso”, explica Córdoba. “Todas estas perspectivas –advierte– y muchas más que día a día voy descubriendo”.

Diálogo alegórico y atemporal

La exposición es en sí un descubrimiento. “Soledad Córdoba configura su diario simbólico sobre los claroscuros del hecho de maternar. Una transfiguración que recorre las diferentes salas del Museo Lázaro Galdiano en un diálogo alegórico y atemporal con su colección, muy especialmente con las maternidades flamencas y con ‘La virgen Sitial de Mármol’ (siglo XVI) de la Sala XXIII, cuyo reverso es una calavera”, manifiesta Zara Fernández de Moya.

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