Del 26 al 29 de septiembre, Francisco ha acometido un viaje a Luxemburgo y Bélgica que, a priori, parecía que iba a ser opacado por su gira previa por Asia y Oceanía. Sin embargo, su estancia en Bruselas se ha revelado como una travesía con alguna que otra curva prevista, pero también con baches inesperados. El Papa era consciente de que aterrizaba en un país con una herida sangrante por los abusos sexuales. El Pontífice correspondió, en primer lugar, reuniéndose durante dos horas con un grupo de víctimas.
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En paralelo, alzó la voz públicamente en cuatro ocasiones para condenar enérgicamente la complicidad de la Iglesia y reiterar el compromiso para erradicar esta lacra. Ante las autoridades belgas admitió la “vergüenza” de este delito. Frente al clero local, respaldó el compromiso de las oficinas de reparación integral. El grito más contundente lo lanzó en la homilía de la eucaristía final: “En la Iglesia no hay lugar para el abuso. Se lo pido a todos: no encubran los abusos”. Ya en el avión de regreso a Roma, reclamó indemnizaciones dignas.
Esa petición del Papa a “todos” trasciende las fronteras belgas. Máxime, teniendo en cuenta que en estos días se conocía la expulsión de diez miembros del Sodalicio, un movimiento peruano, por unos abusos que van desde el sadismo al control de las conciencias. Prácticamente a la vez, trascendía un precepto penal contra un exorcista madrileño que vejaba a personas adultas en sus ritos de ‘sanación’. En ambos casos, el silencio cómplice y el mirar para otro lado de quienes estuvieron cerca de los depredadores han forjado una cultura del encubrimiento que, a la vista está, continúa algo más que latente.
La cuestión femenina
Y si Francisco llegaba con este empeño antiabusos bajo el brazo, se topó de forma inesperada con un frente propiciado por los directivos de la Universidad Católica de Lovaina, tanto en su vertiente flamenca como francófona. La acogida a su ilustre invitado por sus 600 años de historia se tradujo en una encerrona a costa del papel de la mujer en la Iglesia. No hay problema alguno en que el Papa afronte en público esta cuestión candente, que resuelve con frecuencia en coloquios y entrevistas. Pero no es de recibo que no se advierta antes para que se aborde en igualdad de condiciones y, menos aún, que un centro católico “deplore” literalmente las reflexiones papales en un comunicado precocinado. Por suerte, Francisco pudo y supo defender en el vuelo de vuelta cómo “la mujer Iglesia es más grande que el ministerio sacerdotal”.
El Papa goza, hoy por hoy, de una lucidez, humor y astucia espiritual tales, a sus 87 años, como para afrontar, sin que le tiemble el pulso, con justicia y misericordia, cualquier encrucijada con la que se topa.