Tribuna

Música y Holocausto

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El Holocausto es un acontecimiento histórico que ha dejado una profunda huella en mí, tanto en lo personal, como en lo espiritual e intelectual. En la intimidad de mi biblioteca decidí hacer abrazarme al silencio, mientras escuchaba ‘Quatuor pour la fin du temps’ (‘Cuarteto para el fin del tiempo’) del compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992).



La obra creada y estrenada durante la Segunda Guerra Mundial, mientras el compositor se hallaba preso en el campo de concentración de Görlitz que, originalmente estaba destinado para ser un campamento de actividades de las ‘Hitlerjugend’ o Juventudes Hitlerianas. Se le consideró una especie de campo blando, ya que, cuando se trata de instalaciones nazis, la prisión sin exterminio y con cierta tolerancia era una bendición.

Estrenada un 15 de enero de 1941 ante poco más de 500 personas, entre ellos judíos y nazis, bajo un clima inclemente. Trato de imaginar cómo una de las obras más hermosas de la música pudo haber sido creada en semejantes condiciones. Sencilla y pura es una especie de liturgia del sonido, expresión de lo que Dios le brindaba en medio de la oscuridad. Messiaen estaba obligado a escribir en función de los intérpretes con los que contaba, es decir, piano, violín, violoncello y clarinete.

La simbólica poética y religiosa no entraña ninguna duda: el Cuarteto para el fin de los tiempos está inspirado en una cita del Apocalipsis de San Juan, los versículos del 1 al 7 del capítulo 10, para ser exactos.

Banda Musical

¿Cómo?

Trataba de imaginarme todo aquello, pero sobre todo tratar de dar respuesta a una pregunta que resulta obvia en tal situación: ¿cómo se puede componer algo tan sublime cuando se vive un tiempo tan brutal, patético, hostil y violento?, pero muy especialmente si soy yo quien es aplastado por el horror y el odio.

En 1967, Theodor Adorno manifestaba que después de Auschwitz, ya no está permitido escribir poesía. Adorno no piensa exclusivamente en el campo como tal, sino en lo que estos campos representaron y deberían representar para la humanidad. Sin embargo, no solo fue posible, sino necesario.

Messiaen como tantos otros recurrieron a lo que de noble tiene el arte para poder enfrentar la más espesa de las barbaries. El arte y la poesía desnudan una luz que no permite que el ser humano sucumba ante la zona gris que hizo posible el Holocausto. Por otro lado, también representaron la resistencia espiritual para combatir la imagen de un judío débil y sumiso frente a la prepotencia nazi. La música representó la angustia ante la situación – una agonía para la cual las meras palabras representaban un vehículo insuficiente.

Por otra parte, era el medio por el cual los deshumanizados podían conservar su humanidad, el vínculo que permitía que los condenados se aferraran a la vida. Nunca como en este momento tan funesto la música se volvió expresión de la trascendencia del alma, espacio donde se ponen en juego valores que se elevan sobre las miserias cotidianas.

El caso de Theresienstadt

La cotidianidad en los campos era una constante ruptura con los valores tradicionales y conocidos sobre lo que sostiene la humanidad. Esta cotidianidad variaba según el campo, ya que por ejemplo, en Auschwitz, en cambio, la gran industria de la muerte casi no daba lugar a desplegar actividades humanas de los prisioneros. El caso del campo de Theresienstadt es un caso muy particular y emblemático.

No fue propiamente un campo, puesto que sus características lo asociaban más a un gueto. En todo caso, sea un campo o un gueto, la dignidad del judío valía la misma nada. Se encontraba en Praga. Se le reconoce como la música de la Shoa, ya que por el nivel cualitativo y cuantitativo de la vida musical que allí se desarrollaba constituyó un caso especial en el sistema de campos nazis en general.

A pesar del hambre, la enfermedad, la injusticia y las brutales condiciones, en Theresienstadt la cultura se valoraba como posibilidad que también alimentaba el espíritu. Se crearon en sus espacios numerosos coros, grupos de cabaret, orquestas clásicas y populares, se escribió crítica de música, se impartió instrucción musical. En las grietas de esta máquina de muerte, en los últimos resquicios de humanidad remanentes, los prisioneros llegaron a crear, ya que, como apuntó Víctor Frankl, si bien es cierto, no podemos cambiar la realidad, sí podemos decidir cómo enfrentarla. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela