Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

La rodilla de Carvajal


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Imagino que todos los aficionados al fútbol saben que el pasado fin de semana, Carvajal, lateral de derecho del Real Madrid, sufrió una importante lesión de rodilla.



Fue el sábado por la noche. El domingo por la mañana me desperté, encendí el móvil y busqué alguna noticia que me aclarara las consecuencias de la lesión. La cosa va para unos cuantos meses. Una pena, es un gran jugador en un momento de forma espectacular.

El caso es que, en mi inevitable tendencia a sacarle punta a todo, caí en la cuenta de la deriva que tomó mi primera preocupación matutina; pensé en los ríos de tinta (y los megas de web) que iban a correr para hablar de la rodilla del futbolista; pensé en el dinero que el club se va a gastar en operar esos ligamentos y la posterior rehabilitación; y, por último, en lo infinitamente menor que es la intensidad informativa y el gasto que se presta a los miles de niños heridos en Gaza. Porque, digo yo, que alguna rotura de ligamentos se habrá producido en la franja en estos meses.

No me paré en un análisis de los evidentes contrastes (análisis que creo no nos lleva a ningún sitio), sino que la siguiente reflexión que me hice fue: ¿por qué me descubrí más preocupado por la rodilla de Carvajal que por los últimos partes de guerra?

Es más fácil

La primera respuesta es evidente: es más fácil. Y creo que es más fácil porque esa rodilla no me interpela, no me enfrenta a cuestiones como el mal, la dignidad humana, mi actitud frente al dolor de otros, la maldad del hombre, el sufrimiento, en definitiva, no me enfrenta al, siempre incómodo, misterio la muerte.

Pero creo que hay más, esa lesión de rodilla tiene un halo mítico, un halo en el que un semidios, al que los dioses y el devenir casual de los acontecimientos sacaron de una familia humilde para convertirlo en estrella deportiva de ámbito mundial, es un joven, fuerte, triunfador, adinerado, ante el que se aglutinan las masas de manera irracional.

Eso es Dani Carvajal, un semidios que aglutina los valores que nuestra sociedad venera: la juventud, la fuerza, el éxito, el dinero. Por eso su vida vale más que las de otros, y su rodilla vale más que la vida de los miles de niños palestinos muertos en el último año. Porque el valor de la vida, hoy, también es una cuestión de mercado.

Dani Carvajal, lateral del Real Madrid

Dani Carvajal, lateral del Real Madrid. Foto: Real Madrid

Cabe decir que, por si alguien no lo recuerda, los cristianos somos discípulos del buen pastor, ese que no es como los asalariados (Jn 10, 12), ese que si pierde una oveja deja solas a las otras noventa y nueve y sale a buscarla -sin aclarar si se trata de churra o merina, de cordero o oveja vieja, gorda o enjuta- (Lc 15,4). Somos discípulos de un buen pastor que se preocupa hasta de los pelos de nuestra cabeza (Lc 21,18), no digamos de nuestros ligamentos de rodilla.

Sin embargo, ahogados en la maleza de los valores que nos dominan, la tentación de darle más valor a unas vidas que a otras es una tentación persistente. Y así vale más un joven que un viejo; un rico que un pobre; un fuerte que un débil; un guapo que un feo; un emprendedor que un acomodado; un triunfador que un fracasado; un ‘influencer’ que un analfabeto digital; el que sabe hacer que el que no sabe hacer; el que sabe hablar que el que no sabe hablar; un piloto de avión que cientos de refugiados bombardeados; un alumno brillante que un alumno disruptivo; una persona tóxica y una afable; un trabajador cualificado que un obrero sin estudios; una señora que la chica latina que le limpia la casa; un joven operado que saldrá hacia delante que un enfermo terminal; un empresario que las decenas de trabajadores que le enriquecen; un comprometido con la sociedad y la justicia que un indiferente; un hombre de Dios que una mala persona.

Conviene sacudirse el polvo.