Tribuna

La patente de la vida consagrada

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Hace unos días, aparecía en los periódicos el cierre de la emblemática empresa de productos herméticos de almacenaje ‘Tupperware’. El señor Tupper había sido capaz de dar respuesta a las necesidades de los consumidores de finales de los años 40, y sus productos podían ser encontrados en cualquier hogar. Fue tal su éxito que llegaron incluso a dar nombre a todo envase contenedor en el que poder transportar alimentos o líquidos: el táper. Sin embargo, a finales de los 80, el vencimiento de su patente permitió la aparición de un sinfín de empresas competidoras que, recogiendo su idea, invadieron poco a poco, con sus productos, las estanterías de supermercados, grandes superficies y los entonces llamados “todo a 100”.



Es cierto, sin poder generalizar, que algunos de estos tápers, con una reducción considerable del precio, dejan mucho que desear y que el adjetivo “hermético” en la etiqueta no siempre va acompañado de la capacidad de retener los líquidos en su interior. Sin embargo, no es menos cierto que las nuevas empresas han sabido dar respuesta, entre otras, a las crecientes demandas ecológicas, por ejemplo, utilizando para sus productos materiales menos contaminantes. Por no hablar de su adaptación a los nuevos modelos de comercio, abrazando la distribución on-line, tan lejos de las famosas “fiestas ‘Tupperware’” ideadas por la empresa estadounidense para la venta de sus recipientes.

A primera vista, podríamos afirmar que el proyecto del señor Tupper había fracasado. Pero creo que no estaríamos siendo del todo precisos ni justos con él.

tupper, comida, fruta

Tupper fue un visionario; alguien capaz de percibir y dar respuesta, a partir de sus conocimientos y posibilidades, a una necesidad real. Una necesidad que sigue existiendo, pero en un mundo diferente. Ahí es donde se encuentra el éxito de las nuevas compañías: ser capaces de, partiendo de una idea ya existente, transformarla y adaptarla a la realidad actual. Los sucesores de ‘Tupperware’ quizá han fracasado en su responsabilidad de adaptarse a los nuevos mercados y consumidores. Sin embargo, la esencia de la idea del señor Tupper, de algún modo, sigue viva, perpetuándose en el tiempo de un modo diferente, ahora a través de todo un conjunto de empresas que beben de su proyecto.

¿Ha caducado?

Me pregunto si la patente de la “vida consagrada” tal y como existe en el imaginario de muchos de nosotros, no caducó también hace algunas décadas; si no vivimos hoy en esa “lucha” continua con los nuevos modelos que desean adaptar un gran proyecto que, desde sus orígenes, ha tenido una impresionante capacidad para generar vida, al modo de comprenderse de las mujeres y hombres de hoy en día y a la realidad actual. Me pregunto si, como sucesores de nuestros fundadores y fundadoras, estamos siendo lo suficientemente audaces para aceptar que hemos de cambiar nuestros modelos porque el mundo al que queremos llevar la buena noticia de Jesús de Nazaret no es el mismo. Es más, porque los jóvenes (y los que ya no lo son tanto) que se acercan a nuestras congregaciones deseando formar parte de ellas como respuesta al sueño de Dios con ellos tienen poco que ver con los que se acercaban hace treinta o cuarenta años.

Creo en la vigencia de la “idea” que dio lugar a la vida consagrada y en su capacidad para generar vida, incluso aunque sigamos disminuyendo nuestras presencias. No se trata de números. Descubramos la esencia de la vida consagrada y pongamos a nuestros “departamentos de I+D+I” a diseñar esos nuevos “productos”, esos nuevos modos que le hagan recuperar su radicalidad y que nos permitan vivir con plenitud a los que pertenecemos a ella, nuestro ser mujeres y hombres de un avanzado siglo XXI, y no de una época anterior. Nuevos modos que nos permitan seguir siendo fieles a las intuiciones de nuestros fundadores, pero abriendo los ojos y adaptándonos a la novedad que nos presenta cada momento. No olvidemos que creemos en un Dios que decidió encarnarse en una realidad y en un contexto concretos.

No nos estamos jugando una mancha en la mochila por el mal cierre de un táper de mala calidad. Nos estamos jugando la fidelidad a la vocación que Dios ha puesto en cada uno de nosotros.