Cada vez más personas con las que mantengo amistad, cuando les voy a enviar un ‘WhatsApp’ veo que se han descolgado de la aplicación y han optado por teléfonos de “abuelos”. Bastantes de ellos son sacerdotes; muchas veces tengo también esa tentación. Les llamo y me explican que estaban tan enredados en las redes y, sobre todo, en la inmediatez que el día a día se les hacía insoportable hasta la asfixia.
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“He ganado en calidad de vida”, me dice, y cuando escucho su voz aprecio su sonrisa o la preocupación en sus palabras, no hay equivocaciones de interpretación. Un amigo me decía: “Cuando te llame por teléfono, sonríe siempre, pues se nota cuando hablas”. Buena táctica de oficina parroquial o de despacho de superiora, es un suponer.
Algunos jóvenes con los que me encuentro, se niegan a decirme cuántas horas del día y de la noche dedican a internet y todas sus redes, que tanto nos atrapan. A algunos les digo, con la mano en el corazón: “En serio, ¿qué te aportan tantos visionados para la construcción de tu vida? Hay dos tipos de respuesta: la defensiva rápida y el silencio, con la mirada al vacío del suelo. Los primeros hablan de la información que te da (aunque tantas ráfagas que recibes son inasumibles, no son luz, son destellos). Los segundos hablan de dispersión y olvido de los problemas, pues se les pasa el tiempo volando. Nada en ambos casos.
“Bichear” en la red
Algunos “misioneros” en las redes cuentan sus seguidores y se enorgullecen de ello. Personalmente, tengo dudas al respecto; me refiero a la labor de siembra de la semilla de la Palabra. Muchas veces, son alimento puntual y preciso de ideologías, más que discernimiento comunitario, que es el que hace al creyente, el que construye al discipulado samaritano, según la voluntad de Cristo. Aun así, conozco a algún adolescente, que “bichea” en la red y se alimenta de charlas formativas que luego me cuenta. Aunque si nadie les acompaña, tienen el gran peligro de ser devorados en la gran tela de araña por algún visionario. Y vinieron los pájaros y se lo comieron. Sé de que hablo.
El cura francés Matthieu Jasseron, influencer en redes con cerca de millón y medio de seguidores y treinta millones de “me gusta” (¡qué barbaridad!), de un día para otro, dejó las redes sociales para dedicarse a tiempo completo a su parroquia, y para evitar el orgullo y el narcisismo que le podían invadir al verse tan seguido por las masas, como dijo en su última actuación. Pues eso, nada como el boca a boca.
¡Ánimo y adelante!