La reconciliación, el perdón y la sanación es un tema central del padre misericordioso, esta es una de las parábolas más hermosas del evangelio, el padre prodigo de amor, que los padres de la Iglesia la han llamado el evangelio en el evangelio (siglo IV d.C.). Pero lo que está en la centralidad del mensaje es la actitud de los dos hijos, debería llamarse también los dos hijos necesitados de perdón, de la reconciliación, es un regreso de los dos hijos a la casa paterna, es tener un corazón grande y generoso como el padre que es padre y madre.
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1. Planteamiento: “Padre: “dame mi parte de la herencia” (Lc 15,12)
El hijo prodigo pide la parte de su herencia a su padre y se va de la casa, huye de su realidad. Recordemos que pedir la parte de la herencia en el contexto es hacer como si el padre no existiera, hacer como si estuviera muerto en vida. Viene en el hijo la autonomía no como responsabilidad, es más un libertinaje sin control, porque se malgasta la parte de la herencia en un país lejano, es consciente de su malgasto de la fortuna, es importante plantear que el interés del hijo pródigo es el disfrute del presente, esto lo conduce a la nada, al sin-sentido de su vida.
Asumir la responsabilidad y arrepentirse
Piensa el hijo prodigo, luego de haber malgastado su fortuna, viene la nostalgia de la casa paterna empieza a pensar en su necesidad del hambre, en él, en este por el estómago. Muchos problemas comienzan por la falta de comida. El mismo hambre que siente en el estomago vacío le hace repensar que su situación actual no puede ser para siempre.
2. ¿Dónde de encuentra el principal motivador para cambiar y volver a la casa del Padre?
En el amor que le ofrece el padre, ese es el verdadero motor que motiva toda la vida, donde uno encuentra su principal motor de cambio, que está en el amor a Dios: “El amor de Dios consume al hombre viejo de faltas, y tibieza, miseria, y hace otra al alma después de abrasada en este incendio, renace como el ave Fénix a nueva fortaleza, y puridad de vida” (Santa Teresa de Jesús, camino de perfección, V. cap. 39, n. 15). Puso la santa una comparación en el modo como renace esta ave, de su ceniza después de ser abrasada, para significar como se renueva el alma en todo lo bueno con el incendio del amor de Dios. Para san Juan Eudes: “el corazón de Jesús como una hoguera de amor”, dónde el Señor enciende nuestros corazones apagados en el fuego del amor. De esta manera se cumple el objetivo de la espiritualidad cristiana: amar a Jesús plenamente.
Viene el giro central del relato o el punto de quiebre
La toma de conciencia, es el giro o el punto de quiebre que da el Hijo menor en el relato, es el estado del hambre y de la lejanía que le hunde en el pecado, esta situación en el Hijo menor es el principio de la verdadera conversión. El arrepentimiento no es sólo sentir lástima por el pecado de uno, sino cambiar nuestra mente y dirección en la vida. Si la persona no se encamina hacia la casa del Padre, simplemente está bajo la convicción de los sentimientos de su corazón. Se arrepiente, quiere levantarse y volver a recuperar su dignidad de Hijo: “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti”.
3. La reconciliación y la sanación de las heridas del corazón
La reconciliación se llega por el perdón, como su nombre lo indica es un don del Señor, es un acto que sólo puede provenir de la madurez humana. De una humanidad que pasa de ser el hijo Pródigo que se deja acoger por la misericordia del Padre. De ahí el perdón verdadero y sincero, no sólo perdona, sino logra situarse en la realidad del ofensor. Sanando el corazón mismo en sus heridas mas profundas. De una humanidad que pasa de ser el hijo alejado, prodigo o necesitado de la reconciliación al paso de su vida nueva como su apertura al verdadero perdón.
Algo que me ha llamado la atención es el libro escrito por el sacerdote holandés H. J. Nouwen, el regreso del Hijo Pródigo, las dos manos del padre que acogen al hijo, es la Iglesia como comunidad que abraza al pobre, al necesitado y en espacial al pecador. Pero analizando el cuadro de Rembrandt que inspiró a este sacerdote holandés son las dos manos: una es débil, delicada y tierna que representa las manos de la Dios-madre, en este caso la ternura de la madre y la otra mano que es de hombre, del padre, que respalda, da la firmeza, esto es Dios-padre que nos acoge a todos y nos sostiene.
Veamos, las actitudes de cada personaje en el texto, espero ser breve para dejar que el texto hable por sí mismo.
1. El hijo menor
La actitud del hijo menor es de necesitado, pierde su libertad porque se vuelve esclavo del mundo, se vuelve esclavo del pecado que lo lleva a la muerte, por eso, ante el encuentro el padre dice: “este hijo estaba muerto”, el hijo mayor le va a reclamar al padre: “a mi no… y viene este hijo que se ha malgastado la herencia en mujeres y vicios…” y el padre le dice al hijo mayor: “pero si todo lo mío ha sido tuyo”.
Doy gracias por haber descubierto mi necesidad de reconciliación. Recuerdo agradecido aquellos momentos en que he experimentado la misericordia de Dios, cuando Él me ha regalado un traje nuevo y ha matado el ternero cebado por mí. Pongo nombre a esos regalos de Dios en mi vida.
En el cuadro de Rembrandt, la cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. Es un rostro al que sólo se le ve una faz, un tanto deforme, a modo del rostro de un feto. Es signo del regreso del hijo menor al regazo del Padre-Madre. El pelo rapado le priva de individualización, lo hace uno más -como en los cuarteles o campos de concentración que cortan el pelo a todos por el igual-. El único signo de dignidad que le queda es una espada, que porta, atada, a la altura de la cintura. Es el testimonio de su origen, el único vínculo que le queda de su historia, la única realidad que todavía le une al Padre. Lleva las sandalias rotas, desgastadas. Ya no sirven. Con todo, el pie derecho va todavía más desguarnecido. Las manos del Padre jugarán también un especial paralelismo con los pies desnudos de su hijo menor, protegiendo, sanando, apoyando… es el encuentro que transformara su vida para siempre.
2. El hijo mayor
En el cuadro de Rembrandt, el rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia. Como el Padre, lleva barba y túnica roja, que, sin embargo, está bastante más apagada. Le falta brillo y, sobre todo, grandeza y dignidad. Su presencia es rígida, erguida. Está apoyado por un largo bastón, que lo hace más grande, más lejano, más sombrío. Su mirada es un tanto enigmática, con carga y fuerza contenidas. Se mantiene a distancia. Mira de reojo. Sus pies y sus manos: Está de pie mientras que el hermano menor está de rodillas y el padre está agachado. Tiene las manos cerradas, frente a las manos abiertas del Padre y de su hermano. De vez en cuando, experimento los límites de mi propia misericordia. Me cuesta perdonar a quienes me hacen daño. Me cuesta entender cómo Dios perdona a quienes no merecen ser perdonados.
3. El padre
En el cuadro de Rembrandt, la luz emana del anciano -el Padre de la parábola del hijo pródigo- y vuelve hacia él. Destaca asimismo el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje roto en dorado del joven -el hijo pródigo- y el traje similar al del padre del espectador principal -el hijo mayor de la parábola-. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la luz de la escena principal. La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida.
El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo – vuelta al hogar materno- y a su corazón, y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El centro del cuadro, el centro de la luz que lo ilumina, descansa más precisamente aún sobre las manos. Las manos del Padre sobre la espalda del hijo menor son el corazón del cuadro. Hacia ella se dirige la mirada de todos los personajes. Son manos de amor, de descanso de acogida. Cipriano de Cartago afirma: “No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre (In PS 88, Sermo 2,14)”.
Cuando regresamos a la casa del Padre-Dios, a través del sacramento de la confesión y perdón de los pecados, algo sana el señor en el corazón, alivia las cargas, quita un peso de encima, sana las heridas y salva nuestras vidas. Esta es la verdadera gracia al confesar los pecados y sentirnos perdonados.
El desenlace: “hagamos una fiesta”
Todos somos testigos que el único triste de la fiesta y el único perjudicado es el “pobre” ternero cebado, porque pensamos que toda fiesta es alegría o celebrar la vida debe tener motivos de sobra, esto no es así, porque debemos superar o encontrar que el verdadero motivo y significado de una celebración en nuestra Iglesia.
Algunas preguntas pueden ayudarnos para nuestra reflexión personal y comunitaria en el contexto del camino sinodal que nuestra Iglesia está participando.
¿Somos heridos a lo largo de la vida? ¿Qué herida debo sanar o a quién debo perdonar?¿Cómo personas sanadas nos convertirnos en don para los demás por el amor? ¿Cuáles son los “países lejanos” o “periferias existenciales” que nos habla nuestro papa Francisco, dónde se refugia la gente de mi entorno, huyendo de Dios? ¿Qué imagen de Dios tienen aquellos que rechazan la compañía de la fe? Un dios justiciero, un dios silencioso, un dios injusto… ¿Cómo se imaginan la Iglesia aquellos que la rechazan? – ¿Cómo un hogar acogedor, – como una madrastra exigente…? ¿Me siento llamado a practicar con otros la misericordia que he recibido de Dios como católico? ¿Cómo actualizo la espiritualidad de la misericordia en la vida?
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios
Foto: Pixabay