Tribuna

Reparar a las víctimas de abusos: no dejar a nadie atrás

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El 21 de octubre, sentado en la inmensidad de la catedral de la Almudena, rodeado de otras víctimas supervivientes de abuso y de tantos que quieren apoyar, sentí una emoción profunda. He asistido a otros actos en los que, al final, me sentí defraudado, como si las palabras fueran pronunciadas solo para cumplir o quedar bien. El lunes fue diferente. Sentí que cada palabra era sincera, que las heridas que llevo conmigo fueron reconocidas, y que la Archidiócesis, liderada por su propio cardenal arzobispo José Cobo, se comprometía verdaderamente a “no pasar página”.



Los testimonios que se leyeron en ese lugar sagrado resonaban dentro de mí. Uno de ellos, en particular, me golpeó con fuerza. Decía que la Iglesia está llena de gente buena, pero que si los buenos callan, nada cambiará. Eso fue lo que yo viví durante años. Había gente buena, lo sé, pero eligieron callar. Y cuando los buenos callan, los malos, que saben muy bien cómo hacer el mal, terminan ganando. Ese fue mi caso, mi historia, mi dolor, vivido en silencio durante décadas.

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Las palabras del cardenal Cobo me llegaron al alma. “Las lágrimas y las heridas nos han abierto los ojos para reconocer que no hemos cuidado a las víctimas, que no os hemos defendido, y que nos hemos resistido a entenderos cuando más lo necesitabais. Lo sentimos profundamente”. No eran simples disculpas. Eran palabras nacidas del reconocimiento de un fallo imperdonable. Reconoció que hubo y hay abusadores y encubridores dentro de la Iglesia, y que la verdad, por más dura que sea, es la única que puede liberarnos. Me emocioné. Sentí que alguien desde dentro de la Iglesia decía lo que muchos llevamos años esperando oír de obispos, y no solo del papa Francisco, que nos lo recuerda constantemente.

Nunca será suficiente

El cardenal también dijo algo que poco se oye por parte de un obispo: “Nunca será suficiente lo que hagamos para reparar lo que ha sucedido”. Ese reconocimiento de que nada puede borrar completamente el dolor, pero que nuestras heridas no serán en vano, me dio esperanza. A través del sufrimiento y el atreverse a hablar, se ha empujado a la Iglesia a repensar muchas cosas, a cambiar y purificarse, dijo. Este cambio, continuó el cardenal, debe ser más sinodal, más corresponsable, con transparencia y buen trato hacia todos. Y lo más importante: no se pasará página

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