En enero de 2024, un nuevo proyecto abría sus puertas en Calella, Barcelona: lo que había sido un convento de la congregación de las Hijas de San José pasaba a abrir sus puertas, cerradas durante muchos años, a un grupo de 12 mujeres que encontraban en él un hogar tras largos periodos de no tener uno. Se convertía, así, en una oportunidad para reconstruir sus vidas, un refugio que va mucho más allá del alojamiento. Es, hoy, un hogar donde la dignidad, el respeto y el apoyo humano son el pilar que sostiene cada paso.
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Coordinada por la hermana Puri Rojo, de la congregación de las Hijas de San José, Casa Avidi surge como respuesta a la dura realidad de muchas mujeres que han perdido el acceso a una vivienda y que, además, cargan con historias de soledad, desarraigo y lucha. Para Rojo, este proyecto representa un rayo de esperanza, un lugar donde las mujeres pueden, poco a poco, volver a sentirse seguras. “Nosotros intentamos que, cuando pasan la puerta, sientan que tienen un lugar seguro, pero la idea es ir más allá. Queremos crear un verdadero hogar, donde puedan hacer vínculos, escucharse y apoyarse unas a otras. Muchas de ellas no solo traen consigo la carga del sinhogarismo, sino también la de la soledad. Así que lo que buscamos aquí es una verdadera comunidad”, explica.
Casa Avidi se basa en la autonomía y en la corresponsabilidad. Cada mujer que llega aquí no solo encuentra un techo, sino también la posibilidad de llevar una vida activa en la que el respeto a su tiempo y espacio es fundamental. Cada una es responsable de sus quehaceres diarios: cocinar, limpiar y organizar el hogar; mientras que las hermanas y voluntarias ofrecen apoyo administrativo y social, ayudan con trámites y proporcionan formación en áreas como informática y desarrollo personal. También organizan actividades para fomentar el vínculo entre ellas: “Les ofrecemos desde talleres humanos hasta algo más lúdico, como tardes de cine, para que tengan la oportunidad de conocerse y forjar lazos entre ellas”, comenta Rojo.
El perfil de las residentes refleja una realidad diversa y compleja. Mujeres de distintas edades y procedencias, desde españolas hasta latinas y ucranianas, conviven en esta casa. “Son mujeres de 45 años en adelante, algunas todavía con posibilidad de trabajar, otras que, por la edad o su situación, ya no pueden”, explica Rojo. Sin embargo, la convivencia en Casa Avidi permite que cada una de ellas recupere poco a poco su sentido de pertenencia, algo que, para quienes han estado en situación de calle, es vital para su recuperación emocional.
Sin embargo, este proyecto no sería posible sin la experiencia de la intercongregacionalidad y la colaboración de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, cuyo carisma hospitalario ha tejido un vínculo de confianza con las Hijas de San José. Salvador Maneu, laico y director de San Juan de Dios Serveis Socials, explica cómo este proyecto se construyó a través de la colaboración entre ambas congregaciones y diversas instituciones. “Fue el azar lo que nos llevó a encontrarnos, pero a partir de ahí vimos que teníamos más cosas en común que diferencias. Nos dimos cuenta de que nuestros carismas se complementaban y, juntos, podíamos hacer algo especial”, dice.
Deber ético
“Casa Avidi ofrece instalaciones de primera para personas que también deberían ser consideradas de primera, aunque la sociedad muchas veces no lo ve así”, asegura Maneu. Pero, además, está pensada para ser un espacio de transición, un punto de partida hacia una vida más autónoma. La idea es que, en un periodo de dos a tres años, las mujeres puedan construir la estabilidad necesaria para emprender sus propios proyectos de vida. Joan Carbó, hermano de San Juan de Dios, explica que la Orden, en colaboración con otras instituciones religiosas, ha aprendido a trabajar en red para ofrecer este tipo de soluciones. “Hemos visto que el trabajo en red es necesario para abordar problemas tan complejos como el sinhogarismo. Nuestro deber ético es unir fuerzas para responder a estos problemas sociales que afectan a tantas personas”, comenta.
Uno de los desafíos más profundos que enfrentan muchas mujeres al llegar a Casa Avidi es la soledad. “No es solo que hayan perdido su hogar; muchas han perdido también sus redes de apoyo”, dice Rojo. Al principio, ella misma confiesa que estaba ansiosa porque las residentes crearan un vínculo entre ellas, pero se dio cuenta de que lo primero que necesitaban era tiempo para relajarse y adaptarse: “Cuando llegaron, estaban cansadas y asustadas; venían con miedo y desconfianza, que no es otra cosa que un mecanismo de defensa”.
A través del tiempo y de las experiencias compartidas, las mujeres han comenzado a formar una verdadera comunidad, a aprender a confiar unas en otras. Ahora, participan activamente en la vida de Calella y hasta proponen ideas para los talleres y actividades de Casa Avidi. Este proceso de sanación y reconexión con los demás es el gran fruto de este proyecto inter.