La nueva encíclica del papa Francisco, ‘Dilexit nos’, comienza con un desafío en el que se juega la civilización: la racionalidad que domina el mundo es mecánica, sesgada, abstracta, mercantilista, materialista y del orden del poder. Porque hay una razón pública ebria de poder, nuestro mundo está en guerra, multiplica las desigualdades, divide polarizando, disuelve las comunidades. Nos hallamos en una profunda crisis ontológica o de conexión con la realidad; crisis de desrealización o disociación, que es una crisis de razón.
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Esa razón que quiere dominar el mundo es trágica. Ni siquiera hay épica ni belleza en esa tragedia, no estamos en un mundo de héroes trágicos, sino en el que tienen demasiada importancia los seres grotescos reflejados en los espejos de la superficialidad, la desigualdad, el miedo, el abandono o el poder. Todo esto pasa porque, como afirma Max Estrella en ‘Luces de Bohemia’, hemos dejado de preguntarnos seriamente sobre las incógnitas de la vida y la muerte.
‘Dilexit nos’ (Nos amó) cree que las ciencias humanas, la filosofía y los pensadores no se han tomado en serio la categoría de corazón. Se ha caído en la tentación de una idea sentimentalista del corazón, o un corazón figurado como sede de las emociones. Cuando en realidad, como afirma la encíclica papal, el corazón es el centro de la última razón, el centro que integra todo el mundo de vida.
Con rostro
La razón de corazón, la razón amada, no es abstracta, sino que siempre tiene rostro, es una razón facial. Es la vía de la “razón cordial” que han pensado y encarnado Adela Cortina y Jesús Conill. No es teórica, sino que habla el lenguaje de los hechos. Es praxis, belleza, valor y creencia a la vez, y tiene forma de relación. Necesitamos desplegar una racionalidad más profunda siguiendo la pista del corazón.