Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Alejandro Labaka e Inés Arango: entrega generosa de la vida, aunque sin ser mártires


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El testimonio del obispo español Alejandro Labaka Ugarte, primer vicario apostólico de Aguarico, en Ecuador, y la religiosa colombiana Inés Arango, esto es su muerte como ofrecimiento voluntario de la vida, sin duda no se olvida en aquellas tierras del Amazonia ecuatoriana y merece que también les recordemos nosotros. Ambos fueron heroicos en entregarse para salvar las de los indígenas, de hecho han sido una de las primeras causas estudiadas en Roma por la nueva vía propuesta por el Papa Francisco en 2017 para llegar a los altares: oblatio vitae.



Pero, al contrario de los que vemos publicado aquí y allá, en realidad no fueron mártires, porque no hubo odio alguno contra la fe; aquellos que les asesinaron no sabían que eran un obispo y una religiosa, ni siquiera que eran cristianos, ni lo que era el cristianismo. Pero esto no le quita ni un punto ni una tilde a la grandeza de su testimonio, ni a ellos el mérito.

Hoy nos lo cuenta de primera mano un sacerdote del vicariato apostólico de Aguarico, Julián Echevarría Morales, buen amigo del que subscribe. Digo de primera mano pero no porque fuera testigo de los hechos, ya que es mucho más joven, sino porque allí en su tierra ha recibido la memoria viva de lo que pasó aquel 21 de julio de 1987.

Alejandro Labaka Ugarte e Inés Arango, misioneros

“Si no vamos nosotros, los matan a ellos”, por Julián Echevarría Morales

Esta frase, que se ha hecho ya famosa, fue pronunciada por Alejandro Labaka, el que fue primer Obispo del Vicariato Apostólico de Aguarico antes de embarcarse junto con la religiosa Terciara capuchina Inés Arango, en la misión de contactar con un pueblo indígena en aislamiento voluntario (Tagaeri). La frase refleja perfectamente lo que les condujo a le muerte. Para conocer su vida y su muerte debemos trasladarnos a la Amazonia ecuatoriana, mundo verdaderamente mágico, con su clima tropical extremo y su lejanía geográfica, que la hizo ser una región habitada casi exclusivamente por indígenas y unos cuantos colonos llegados como aventureros a esas lejanas tierras.

Es en la provincia de Orellana en la circunscripción eclesiástica del Vicariato Apostólico de Aguarico, en donde las figuras de su primer obispo y de la hermana Terciaria Capuchina, son considerados como ejemplos a seguir para cada misionero que en esta tierra ejerce un servicio pastoral, por el testimonio que han dado al ofrecer su vida.

La misión es y será lugar para encontrar las semillas del verbo, aquellas semillas del verbo que tiene un rostro y que pertenecen a culturas diferente, como percibió el obispo capuchino Alejandro Labaka Ugarte, que nace el año 1920, en Beizama (Gipuskoa – España), un pequeño pueblo ubicado entre las montañas al norte de España, con su típica Iglesia en el centro del pueblo y una pequeña plaza. Alejandro nace en una realidad rural donde la lengua local es el Euskera, es en este lugar donde recibe la fe, donde fue bautizado y donde se forja ya de niño un carácter y una personalidad que lo acompañaron hasta los últimos días de su vida.

Labor pastoral

Alejandro, a la edad de los doce años, acepta la invitación que siente en su interior, deja su natal Beizama, para trasladarse al Seminario de Alsasua de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos (Navarra – España). A sus 18 años tuvo que interrumpir sus estudios para ir al frente de combate en la guerra civil española. Se reintegró al convento y fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1945, a los 25 años.

El joven sacerdote, lleno del amor de Dios e impulsado por un fuerte espíritu misionero, escribe una carta a su superior, donde expresa que se sentiría dichoso si Dios lo escogiera para extender la Iglesia y salvar almas en misiones, pero sobre todo en países de más dificultad y donde haya más que sufrir, de un modo especial la misión que más le atraía era en China. Y así fue.

Su primera aventura misionera tuvo lugar en China, llegara ahí junto con otros tres compañeros el año 1947 y permanecerá hasta el 1953. Cuando se instala el régimen comunista, los capuchinos son expulsados junto con todas las órdenes religiosas presentes en el país asiático. Después de esta misión en China, Alejandro llegará a Ecuador, donde pasará 33 años de su vida. Desarrollará su labor pastoral en la sierra y la costa del país hasta que, en el año 1965, llega a la Misión en la Prefectura Apostólica de Aguarico, creada por el Papa Pio XII el 16 de noviembre de 1953.

Alejandro Labaka Ugarte, primer vicario apostólico de Aguarico, en Ecuador

En esta misión, inicia su labor con los pueblos más olvidados, pequeños e indefensos, pero lo que hará vibrar su corazón serán los pueblos ocultos amazónicos, de un modo especial los huaorani, donde descubre plenamente su verdadera vocación misionera.

Su participación años después en el Concilio Vaticano II, siendo ya Prefecto Apostólico lo marcaran toda su vida, en especial las palabras del decreto ‘Ad gentes’ sobre las semillas del verbo. Sin embargo renuncia a ser Prefecto Apostólico el 26 de junio del 1970, para dedicarse completamente a la misión con los pueblos indígenas en la amazonia. Pero las palabras del decreto ‘Ad gentes’ lo habían marcado para siempre, tanto que encontramos en su diario ‘Crónica Huaorani’ lo siguiente “Descubrir con ellos las semillas del Verbo, escondidas en su cultura y en su vida; y por las que Dios ha demostrado su infinito amor al pueblo huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo” (p.104).

A pesar de haber renunciado anteriormente, el 2 de julio de 1984 fue nombrado primer Obispo del Vicariato del Vicariato Apostólico de Aguarico, a sus 64 años, con una amplia experiencia en la Amazonia y con los pueblos amazónicos.

El sueño de ser misionera

Inés nació el año1937 en Medellín (Colombia). En el seno de una familia creyente. La niñez de Inés, se desarrollan al ritmo de las exigencias de cada día, vivida desde la sencillez, desde las dificultades de una realidad difícil, lo que formaron el genio y le concedieron el tener una vitalidad y una energía para afrontar diferentes situaciones en su vida.

Inés cuando tenía 17 años ingreso a las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, y después de los primeros votos fue destinada a la docencia en varios lugares de Colombia. Como educadora gozo siempre de gran acogida entre sus alumnas en las diferentes instituciones donde fue destinada. Emite su profesión perpetua el año 1956. Inés tenía su corazón en la misión, su sueño era ser misionera, sobre todo luego de que, con sus hermanas, leyera los documentos del Concilio Vaticano II. Luego de veinte años tiempo que hizo una gran labor como educadora, recibe una nueva misión, es destinada con un grupo de religiosas a la misión capuchina de Aguarico, en el Oriente ecuatoriano.

En el año 1977 llega a Nuevo Rocafuerte para dedicarse en el sector de la salud y la evangelización en los pueblos con la catequesis y la promoción humana a los pueblos que se encontraban en los afluentes de los ríos. Compartió el mismo ideal que el Obispo Alejandro, la evangelización de los pueblos indígenas, y con él se embarco en un viaje que le concedería la gracia de ofrecer su vida para que otros vivieran.

Inés Arango, religiosa colombiana

Bien dice Julio Cortázar “el recuerdo es el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso”. Recordar a nuestros dos misioneros Mons. Alejandro e Hna. Inés, es hacer memoria de la historia de un país, Ecuador, que, en la década de 1970, el norte de la Amazonia, una región históricamente marginada, se convirtió en un enclave político y económico por el descubrimiento del petróleo. La gran mayoría de las tierras que contenían reservas petroleras eran territorios habitados por poblaciones indígenas: los Napo, los Runa, los Huaorani, etc., lo que dio lugar a crecientes presiones y fricciones, especialmente entre los trabajadores petroleros y aquellos habitantes de la tierra que se veían invadidos.

Dado el enorme potencial rentable del “oro negro”, el Estado no dudó en aplicar medidas para garantizar el funcionamiento de las empresas petroleras y la expansión de nuevos campos de extracción petrolera. El Estado y las compañías petroleras no se permitían tener perdidas financias, por lo tanto, el contacto con aquellos pueblos indígenas en aislamiento voluntario era de carácter urgente. Es este el momento crucial en el que Mons. Labaka se convierte en el mediador entre las compañías petrolíferas que ya estaban en el territorio y las poblaciones indígenas, para evitar violencias y abusos.

Defensa de sus tierras

En el año 1987, en el proceso de expansión petrolera, los trabajadores de las compañías habían tenido diferentes encuentros violentos con el pueblo indígenas en aislamiento voluntario denominado Tagaeri, dicho grupo reside en lo que hoy se conoce como Parque Nacional Yasuní  (hoy en día un área nacional protegida al nororiente del Ecuador), ya que los trabajadores estaban expandiendo la extracción petrolera en su territorio. Esos encuentros violentos habían provocado el uso de armas de parte de la compañía de petróleo y los indígenas llevaban siempre las de perder, si bien justamente se defendían de las invasiones injustas de su tierra, que buscaban expulsarles de ella.

Es así como el Obispo Labaka se transforma en un puente para pacificar y buscar que dicho pueblo pueda reasentarse y evitar la muerte de esa población. Con ese deseo y conociendo la gravedad de la situación expresa la icónica frase “si no vamos allí, los matarán”. El 21 de julio de 1987, un helicóptero suministrado por una compañía petrolera llevó a monseñor Labaka y a la hermana Inés al asentamiento de Tagaeri que habían descubierto en las semanas anteriores y que no tenía vías de comunicación. Sabían del riesgo al que se enfrentaban y voluntariamente lo aceptaron, por si podían conseguir evitar la invasión violenta de aquella tierra, que hubiese causado una matanza.

Alejandro Labaka Ugarte e Inés Arango, misioneros

Los dos misioneros descendieron del helicóptero por una cuerda, fueron dejados en el bosque. Al día siguiente, la tripulación localizó los dos cadáveres llenos de lanzas y flechas, ambos murieron con un propósito, defendiendo el derecho de la vida de aquellos pueblos a los que ellos en otros tiempos habían dedicado sus energías mostrándoles a Cristo que se reflejaba en sus vidas. Alguna voz ha hablado de sus últimos momentos en la tribu, que Alejandro habría sido asesinado primero y después Inés, así ha sido también publicado pero en realidad no ha podido ser corroborada esta versión. Lo que si muestran las fotografías son sus cuerpos atravesados por las flechas.

Es así que, ante la muerte del obispo y la religiosa, el gobierno ecuatoriano ordenó el cese de las operaciones extractivas en las zonas habitadas por los indígenas Huaorani y Tagaeri. Será mucho más tarde en el año 1999, cuando el gobierno ecuatoriano creó la Zona Intangible Tagaeri Taromenane (ZITT) para garantizar la supervivencia de pueblos en aislamiento voluntario. En esta zona están prohibidas las actividades extractivas.

El testimonio de estos dos misioneros, que se encarnaron en su misión, que supieron dar testimonio de Jesucristo en todo momento, pero sobre todo que salvaron las vidas de aquellos que, sin tener voz, la tuvieron por la donación de las suyas, lo que hace que gracias a ellos, Alejandro e Inés la causa del Evangelio siempre sigue vigente en estas tierra. Ya dijo Nuestro Señor Jesús “todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Cf. Mt 16,25), ellos ofreciendo su vida para que un pueblo viviera.


Comenzó la causa de beatificación de Alejandro e Inés en 2012, pero ante la dificultad de clasificar su muerte como martirio los trabajos quedaron parados; sin embargo después de la publicación por parte del papa Francisco del motu proprio ‘Maiorem Hac Dilectionem’ sobre el ofrecimiento de la vida, la causa ha avanzado rápidamente hacia la recta final, que ya se ve cercana.