Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Agua, fuente de vida


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Leas cuando leas estas líneas, las personas afectadas por el DANA en España, siguen sufriendo sus efectos.



Aunque hubieran pasado varios días después de aquel 30 de octubre que desoló buena parte de Valencia, Albacete y Murcia, es posible que aún no hayas podido comunicarte con tus familiares porque los accesos de trasporte están paralizados. Probablemente, tampoco llega con normalidad el suministro de alimentos, luz y agua (¡no tienen agua, que paradoja!). El paisaje sigue siendo deprimente porque no ha dado tiempo a retirar escombros, coches amontonados, edificios o puentes derruidos. Ni siquiera podéis ver bien limpia vuestra casa por mucho que os afanáis entre todos y eso tampoco ayuda a sentirte bien. No sabes qué va a pasar con tu trabajo, ni con el edificio donde vives. No tienes claro como superarán esto tus padres (ya mayores) o tus hijos (tan asustados). Ni cómo afrontarás tú los gastos, los destrozos, las pérdidas, a pesar de que, en el mejor de los casos, lleguen adecuadamente las ayudas públicas y la cobertura del seguro.

Pero sin duda, pase el tiempo que pase, la mayor pérdida son las personas fallecidas. Los que ya no están. Los que vimos morir sin poder ayudarles. Los que no pudimos ni siquiera encontrar durante horas y no sabemos cómo afrontaron ese final. Los que quisimos, los que queremos. Aquellos que querríamos haber amado más y mejor. Aquellos con los que no nos disculpamos a tiempo. Aquellos que me hicieron daño y no fuimos capaces de una mínima reconciliación. También a los que tanto echamos de menos, pero pesa más el agradecimiento por haber compartido un tramo de vida.

Santos y difuntos

El calendario ha querido que este desastre ocurra en vísperas de la celebración de todos los santos y los difuntos: un fin de semana donde los desplazamientos se multiplican por todo el país para honrar a los muertos, para celebrar nuestras raíces y visitar a la familia. Días de muerte y vida entrelazadas. Días de duelo para acoger la paradoja de la vida y la desproporción. No hace muchos días pedíamos y anhelábamos agua, fuente de vida, para nosotros y nuestros campos. Ese mismo agua que agradecíamos como una bendición -el mismo agua- se ha convertido en maldición y desamparo.

El mismo agua. El mismo. En cuestión de horas: ¿es un bien o un mal?, ¿podemos atribuirle tal calificativo o simple y llanamente depende de circunstancias distintas al agua mismo? ¿Cómo es posible que estando en el mismo lugar podamos pasar de la seguridad a la indefensión en un solo día? ¿Cómo gestionar las amenazas que la vida nos presenta? ¿Cómo asumir los destrozos devastadores cuando ocurren? ¿Cuánta responsabilidad de lo ocurrido hay que repartir entre malas decisiones pasadas y falta de visión presente?, ¿o tenemos que abandonarnos al salvaje impulso de la naturaleza que no podemos controlar?

Valencia DANA

El mismo agua. La misma decisión. El mismo lugar. La misma persona. El mismo amor. ¿Es un bien o un mal? Cada vez me es más difícil responder. Lo que creí que sería el sentido de mi vida, en algún momento se tornó un sinsentido. Aquella persona que creí que me quería más que a nadie en el mundo, dejó de quererme sin razón aparente. Esa herida por la que me desangraba durante tantos años, se convirtió en inicio de una salud nueva. ¡Y cuántas pequeñas o grandes muertes han sido fuente de vida!

Ya sé que ahora mismo no hay consuelo alguno. No lo pretendo. Solo contemplo con asombro y temblor el profundo misterio que nos envuelve, lo poco que sabemos de casi todo y lo necesario e inevitable que es aprender a aguantar, a esperar, a no precipitarse por etiquetar con demasiada rotundidad como bueno o malo casi nada en la vida.