El pasado jueves 24 de octubre, el papa Francisco firmaba su última encíclica, ‘Dilexit nos’, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Hay quien piensa –no sé si con razón– que este escrito tiene como finalidad contrapesar un magisterio demasiado marcadamente social, para hacer ver que el papa también es un hombre “piadoso”. En todo caso, como se indica en el “subtítulo” explicativo de la encíclica, hay una tendencia a identificar el corazón y el amor, muy del gusto, por cierto, de nuestra sociedad occidental, y casi mundial (que se lo digan, si no, a san Valentín).
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Dice H. W. Wolff –autor de la influyente ‘Antropología del Antiguo Testamento’ (Salamanca, Sígueme, 1975)– que el corazón es “el término más importante del vocabulario antropológico del Antiguo Testamento” (p. 63). Y, aunque las referencias veterotestamentarias al corazón de Dios siempre están en relación con el ser humano, de forma que expresa una inclinación decidida en favor de su misericordia, las menciones del corazón en el Antiguo Testamento tienen un peso mayormente vinculado al razonamiento, no tanto al amor. De hecho, el apartado que Wolff dedica en su libro al corazón (‘leb, lebab’ en hebreo) lo titula precisamente “El hombre razonante”.
En efecto, solo refiriéndose a la razón se pueden entender algunos pasajes del Antiguo Testamento en los que aparece el corazón. Así, en el contexto de las relaciones entre Jacob y su suegro Labán, leemos: “Jacob robó el corazón del arameo Labán, ocultándole que quería huir” (Gn 31,20). No hay que pensar en un idilio, sino que la literalidad de “robar el corazón” ha de entenderse como “arrebatar el conocimiento, engañar”. Asimismo, en Prov 24,30 leemos: “Pasé junto al campo de un vago, y junto a la viña de quien tiene falta de corazón”. Obviamente, la ausencia de corazón en este proverbio no apunta a un hombre despiadado, sino más bien a uno necio, imprudente, carente de conocimiento, como exige el paralelismo con el vago.
Sentimiento o razón
Pensar solo en el amor cuando se habla de corazón puede resultar bonito, pero peligroso, por lo que implicaría de irracionalidad o sentimentalismo. Dice H. W. Wolff: “Hay que rechazar la falsa impresión de que el hombre bíblico se guíe más por el sentimiento que por la razón. Esta dirección antropológica errada se funda con demasiada facilidad en una traducción no diferenciada de ‘leb’” (p. 71).