En el Evangelio según San Marcos se nos cuenta que “en una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: ‘Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero esta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir’” (Mc 12,41-44).
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Este episodio de la vida del Señor nos devuelve al primer libro de Reyes en el cual se cuenta de cuando el profeta Elías se encuentra con otra viuda a la que le pide un poco de pan. La viuda, quizás muy avergonzada, le dice que no podrá cumplir tal cosa, ya que, apenas si le alcanza para ella y para su pequeño hijo.
Ante la dolorosa situación de la viuda, Elías le dice que no tema, porque, cuando se ofrece lo que se tiene “la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará” […] Entonces ella se fue, hizo lo que el profeta le había dicho y comieron él, ella y el niño. Y tal como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó” (1Re 17,14-16).
Familia y donación
Estos episodios nos ayudan a meditar el tema de la donación en la familia. La familia es el escenario más propicio para la donación de lo que somos como personas, es decir, hombres que somos más allá de una noción, de una parte de la especie, somos una plenitud y una perfección. En la donación de lo que somos nos reafirmamos en el amor más grande de todos, pero, al mismo tiempo, nos transformamos en multiplicadores de cariño, ternura y, claro está, de vida.
La caridad y la generosidad son fuerzas que nos ayudan a convertir dentro de nosotros la angustia mortal que activa las apetencias inutilizándonos para gozar la verdadera plenitud de la vida en la alegría y la libertad.
La vida del mundo, sus valores y fundamentos, acaban en disgusto, desengaño, desesperación y muerte. La vida terrena se convierte al fin en hastío y toda la sabiduría humana es incapaz de producir la felicidad. Por ello, la entrega de cada miembro de la familia ha de ser total y sostenida por la alegría del Evangelio, puesto que allí está todo el sentido que le da sentido a la vida.
La viuda del Evangelio nos muestra la cara amorosa de Dios que no deja de soñar en el bienestar de los hombres, así queda reflejado en toda la historia bíblica, esa historia que nos habla del pecado y de la corrupción del hombre, esa historia que parece advertirnos siempre del constante fracaso del plan de Dios. Un fracaso que no detiene al Señor, por el contrario, persiste tenazmente en la búsqueda de la unidad de la familia.
El ser de la familia
El ser de la familia cristiana no radica en el tener, radica en el dar, puesto que es justamente ese dar lo que caracteriza al cristiano, en cuanto a que Cristo, que es Dios, fue el propio ofrecimiento de su amor, un ofrecimiento total por la totalidad del amor. Sobre la familia se tejen sombras terribles, puesto que la maldad sabe lo importante y fundamental que es ella para el plan de Dios. Por ello es sometida al duro bombardeo del consumismo, del tener por encima del ser, empujada a erosionar sus valores comunitarios para servirlos en holocausto al individualismo brutal y asesino.
Por estas razones, les digo con conocimiento a todas las familias que me leen, no tengan miedo en darse, en brindarse, en donarse, no tengan miedo de lo que el mundo les dice que no tienen y que les falta, cuando se tiene a Dios nada falta, pues solo Él basta. No tengan miedo que “la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”, ya que, si el corazón de toda familia es penetrado por el amor hermoso de Cristo, los panes y los peces se multiplicarán, con Él y en Él no se vuelve a tener ni hambre ni sed nunca más (Cfr. Jn 6, 35). Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela